COMARCA AISLADA
Blanca y solitaria Navidad en la Cerdanya
Los vecinos de Puigcerdà coinciden en que se fue demasiado laxo con la movilidad durante el puente de la Purísima
"Antes pagaré a mis empleados y a mi mismo que a los bancos", sostiene un restaurador con las neveras llenas
Con el túnel del Cadí tapiado, los 'ceretans' se relamen las heridas con la seguridad de que los 'pixapins' volverán
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
Carlos Márquez Daniel
Las seis de la tarde. Con todo hecho, después de haber alargado la mañana en las pistas de esquí, de haber comido en casa tras una ducha caliente para recuperar la vida en los dedos de los pies y de haber echado una cabezadita, el tópico impone conducir hasta Puigcerdà y participar de la liturgia del 'pixapí': aparcar donde se pueda, envolverse en capas de ropa térmica, entrar en la plaza de los Herois y recorrer la ruta comercial que delimitan las calles de Espanya, Escoles Pies y Major. Chocolate caliente, unas compras, quizás unos churros, parada en el abigarrado parque infantil si hay criaturas a bordo y vuelta a casa. Claro que la Cerdanya es mucho más, claro que los hay más caseros y evitan tardes de saludar a las mismas personas que en Barcelona, y claro que también están Bellver, Alp, Martinet o Llívia. Pero lo cierto, porque siempre ha sido así, es que el forastero, de ideas fijas, se concentra en la capital de la comarca cuando el día cae. Por eso, y por culpa de eso, esta Navidad es como la de hace medio siglo: solo los de casa.
La decisión del Govern de tapiar el túnel del Cadí para que no suba nadie, medida que se explica por la elevada tasa de contagios y porque el hospital tiene una quincena de ingresados por covid, ha pillado a los 'ceretans' con la guardia algo baja. Y cansados. Porque si algo ha causado esta pandemia, además de desgracias personales en incontables hogares, es un cierto letargo social. Por eso todos los consultados destilan más resignación que cabreo, más suspiro que soplido. Iván, por ejemplo, que regenta el restaurante El Tastet Ibèric, en la plaza de los Herois, fiaba la temporada a lo que pudiera hacer entre Nochebuena y Reyes. Como todos los que se dedican a la restauración, había llenado la nevera porque se venía una lluvia de 'segundoresidentes'. Habla con ese ademán del que está jodido y lo sabe, moviendo la cabeza y arqueando los labios. "Ya sé que esto es una ruina, pero no pienso buscar culpables porque no tengo tiempo. ¿El puente de la Purísima? Sí, quizás fue excesivo... Haré lo que pueda con la comida para llevar: hamburguesas, empanadillas, croquetas... Y tengo claro que primero cobraremos nosotros y después los demás. Si no puedo pagar a mis trabajadores, menos aún a los bancos".
Palman "los de siempre"
En la calle de Espanya se ha improvisado una tertulia. Está Andrea, propietaria de la tienda de ropa infantil Els Tres Pins, un trabajador del Hospital de la Cerdanya y una vecina. Pasa también por ahí una enfermera y comentan la situación. Hablan del puente de la Purísima, de cómo se ha "ido tarde y mal" y se ha hecho daño "a los de siempre" y de cómo, en años pasados y a estas alturas, esta zona estaba a reventar. Y con villancicos sonando por los altavoces distribuidos por la arteria. "Mi marido -detalla Andrea- tiene un restaurante y han perdido todas las reservas. ¿Qué harán con toda la comida que compraron para las fiestas? No puede ser que cierres una comarca sin detallar qué ayudas habrá para los afectados y cuándo las van a recibir". Es esta, de hecho, la reivindicación más repetida por el sector, el hecho de aislar una comarca sin un plan B. En ese punto del debate surge el ejemplo de otros países, en los que bares y restaurantes reciben el 70% de su facturación durante el tiempo que permanecen cerrados. Pero ya suele decirlo el doctor Argimon: "Si fuéramos un país rico...".
Se quejan también del instituto Pere Borrell, señalado como un criadero de covid. Dicen que debería haberse cerrado para evitar la propagación del virus. Se lamentan de que los jóvenes van sin mascarilla, y lo cierto es que en los 15 minutos de conversación, pasan no menos de cinco humanos en pleno cambio de voz con la protección en la mano o mal colocada. El cierre del colegio, sin embargo, no ha estado nunca sobre la mesa aunque el alcalde, Albert Piñeira, apoyaba a los padres que así lo pedían. A día de hoy, el Pere Borrell tiene 157 personas confinadas (16 de ellas, profesores) de un total de 700 alumnos. El centro acumula 93 positivos desde que empezó el curso (28 en los últimos 10 días).
En el estanque de Puigcerdà, un hombre que da de comer a los patos dice que serán unas "fiestas más tranquilas". Se ríe porque se ahorra salir sin querer en Instagram, y, a pesar de la desdicha sanitaria y económica, celebra que la Cerdanya pueda frenar y tomar aire. "No me preocupa demasiado, los 'pixapins' volverán. Siempre vuelven, y en el fondo, nos guste o no, necesitamos que así sea".
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