Psicología

Herida de injusticia: ¿qué es y cuáles son sus síntomas?

Lo que ocurre en nuestra infancia marca lo que somos en la etapa adulta

Persona agobiada

Persona agobiada / 123RF

Ángel Rull

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La experiencia de sentirse tratado de manera injusta es universal y profundamente perturbadora. Afecta no solo nuestra paz interior, sino también nuestra capacidad para interactuar de manera saludable con el mundo. La herida de injusticia recoge el malestar emocional causado por percibir constantes desequilibrios de equidad. Viene de la infancia y nos afecta directamente en la etapa adulta. Pero ¿de qué manera?

¿Qué es la herida de injusticia?

La herida de injusticia nace cuando nuestras expectativas fundamentales de justicia y equidad son reiteradamente puestas a prueba por la realidad. No es una respuesta a un único incidente, sino el resultado de múltiples experiencias que socavan nuestro sentido de justicia. Esta percepción de injusticia puede originarse en cualquier ámbito de la vida, desde el hogar hasta el lugar de trabajo, pasando por interacciones sociales y relaciones personales.

Fundamentalmente, la herida se alimenta de la sensación de que nuestros derechos han sido ignorados o pisoteados, especialmente en la infancia. El ser humano, al percibir una violación de sus principios de equidad, experimenta un profundo malestar emocional. Esta sensación se ve exacerbada por la impotencia de no poder remediar o cambiar las circunstancias percibidas como injustas.

La acumulación de estos eventos genera un lastre emocional que puede afectar profundamente la autoestima, la confianza en los demás y nuestra capacidad para enfrentar nuevos problemas. Es un dolor que reside en el núcleo de nuestra identidad, moldeando la forma en que interpretamos el mundo y reaccionamos ante él.

¿Cuál es el origen de la herida de injusticia?

La semilla de la herida de injusticia se planta a menudo en la infancia, una etapa crucial para el desarrollo de nuestra comprensión de la justicia. Las interacciones con padres, profesores y compañeros juegan un papel fundamental en la formación de nuestro concepto de equidad. Los actos de favoritismo, discriminación o arbitrariedad, especialmente por parte de figuras de autoridad, pueden dejar una impresión duradera en el niño, sentando las bases para futuras percepciones de injusticia.

Este origen temprano de la herida de injusticia subraya la importancia de un entorno equitativo durante la infancia. Las experiencias de ser tratado de manera injusta, ya sea por recibir un castigo desproporcionado o por ser testigo de la injusticia hacia otros, pueden calar hondo. Estos momentos se graban en la memoria emocional, influyendo en cómo percibimos la justicia y la equidad en nuestras relaciones y entornos posteriores.

Asimismo, el contexto cultural y social en el que crecemos desempeña un papel en cómo se configura nuestra sensibilidad hacia la injusticia. Las normas sociales, las tradiciones y las expectativas de comportamiento dentro de nuestra comunidad pueden reforzar o cuestionar nuestras primeras lecciones sobre la justicia, afectando profundamente la forma en que manejamos las percepciones de injusticia en la vida adulta.

¿Qué heridas infantiles tenemos?

Además de la injusticia, existen otras heridas emocionales que pueden originarse en la infancia, tales como el abandono, el rechazo, la traición y la humillación. Cada una de estas heridas afecta de manera única el desarrollo emocional y la formación de la personalidad. La herida de injusticia, en particular, nos predispone a una sensibilidad aguda hacia situaciones que percibimos como desequilibradas o inequitativas, afectando nuestras relaciones y bienestar general.

La relación entre las heridas infantiles y nuestro comportamiento adulto es compleja. Estas heridas primigenias influyen en cómo establecemos límites, cómo nos valoramos a nosotros mismos y a los demás, y cómo respondemos ante el dolor y el conflicto. La herida de injusticia, por ejemplo, puede llevar a una persona a desarrollar mecanismos de defensa como la desconfianza crónica hacia los demás o una tendencia a asumir el papel de víctima.

Reconocer y comprender nuestras heridas infantiles es un paso crucial hacia la curación y el desarrollo personal. Aunque la herida de injusticia puede dejarnos vulnerables a sentirnos menospreciados o maltratados, también ofrece una oportunidad para el crecimiento. A través de la introspección y el autoconocimiento, podemos comenzar a desentrañar cómo estas experiencias tempranas han modelado nuestras reacciones y percepciones actuales. Este entendimiento es el primer paso hacia la transformación de nuestra respuesta a la injusticia, permitiéndonos buscar soluciones más saludables y constructivas a los conflictos que enfrentamos.

Síntomas de la herida de injusticia en la etapa adulta

La herida de injusticia es compleja y multifacética, resonando de manera única en cada individuo. Al abordarla con compasión y comprensión, podemos empezar a liberarnos de su peso y avanzar hacia una mayor armonía interior y relaciones más equitativas y satisfactorias. Este proceso no solo beneficia a los individuos afectados, sino que también contribuye a la creación de comunidades más justas y empáticas. Es por eso que es tan importante conoces sus síntomas.

Estos son los síntomas principales de la herida de injusticia:

1. Hipervigilancia ante la falta de equidad

Las personas con una profunda herida de injusticia suelen estar extremadamente atentas a cualquier indicio de desigualdad o trato injusto. Esta constante alerta puede agotar emocional y mentalmente, ya que el individuo se siente en una perpetua defensa contra posibles agravios.

2. Sensación de victimización

Este síntoma implica sentirse habitualmente como la víctima en diversas situaciones, creyendo que uno es el blanco de injusticias recurrentes. Esta percepción puede obstaculizar la capacidad de ver las circunstancias desde una perspectiva más objetiva o compasiva, afectando negativamente las relaciones y la autoimagen.

3. Reacciones emocionales intensas

La percepción de ser tratado injustamente puede provocar respuestas emocionales sobredimensionadas, como ira, tristeza profunda o una frustración abrumadora. Estas emociones intensas pueden ser difíciles de manejar y pueden llevar a conflictos o aislamiento social.

4. Dificultad en el manejo de conflictos

La incapacidad para encontrar soluciones justas y equitativas a los conflictos puede resultar particularmente estresante para quienes llevan la herida de injusticia. Esta dificultad puede derivar en una evitación del conflicto o en la adopción de enfoques que exacerban la situación, en lugar de resolverla.

5. Desconfianza en las relaciones

Una herida de injusticia no resuelta puede fomentar la desconfianza hacia los demás, especialmente en contextos donde se percibe una distribución desigual de poder o reconocimiento. Esta desconfianza puede dificultar la formación de relaciones significativas y duraderas.

6. Tendencia al resentimiento crónico

Acumular experiencias percibidas como injustas puede llevar al desarrollo de un resentimiento duradero. Este sentimiento puede consumir mucho tiempo y energía emocional, impidiendo el crecimiento personal y la felicidad.

7. Baja autoestima

La exposición continua a situaciones que se perciben como injustas puede dañar seriamente la autoestima. El individuo puede comenzar a dudar de su valor y capacidades, creyendo que merece el trato injusto que percibe.

Entender la herida de injusticia implica reconocer cómo nuestras experiencias pasadas y presentes se entrelazan para formar nuestra percepción del mundo. Reconocer y validar estos sentimientos es esencial, pero también lo es aprender a navegar por ellos de manera que promueva la resiliencia y la curación.

* Ángel Rull, psicólogo.