Psicología

"Siempre me justifico": ¿por qué no debemos caer en esto al poner límites?

La asertividad nos lleva a la seguridad y a mejores relaciones

Personas discutiendo

Personas discutiendo / YAROSLAV ASTAKHOV / 123RF

Ángel Rull

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La habilidad de establecer límites claros y firmes con quienes nos rodean es esencial para mantener un equilibrio saludable en nuestras relaciones personales y profesionales. Sin embargo, muchos de nosotros caemos en la trampa de justificar nuestras decisiones de manera excesiva, especialmente cuando se trata de proteger nuestros espacios y necesidades.

¿Qué es justificarse?

Justificarse, en su esencia, significa proporcionar una razón o un conjunto de razones en defensa de nuestras acciones o decisiones. Aunque justificarse puede ser útil en ciertos contextos para aclarar malentendidos o compartir nuestra perspectiva, en el ámbito de los límites personales, puede volverse un hábito contraproducente. La sobrejustificación de nuestras decisiones puede dar la impresión de que estamos inseguros sobre ellas o que necesitamos la aprobación de los demás para validar nuestras necesidades y deseos.

Este comportamiento a menudo refleja una lucha interna entre nuestro deseo de ser auténticos y la ansiedad por mantener relaciones sin tensiones con los demás. Al justificarnos, buscamos evitar el conflicto y asegurarnos de que los demás entiendan y acepten nuestras razones, pero este acto puede inadvertidamente comunicar una falta de convicción o una invitación a debatir sobre nuestros límites.

La dinámica de justificarse continuamente es particularmente prevalente en entornos donde prevalece el alto valor de la conformidad y la consideración por los sentimientos de los demás. Este enfoque puede llevarnos a minimizar nuestras necesidades y prioridades, poniendo en riesgo nuestro bienestar y autenticidad. Reconocer la diferencia entre compartir información relevante y justificarse en exceso es crucial para mantener relaciones saludables y respetuosas.

¿Por qué nos justificamos al poner límites?

La necesidad de justificarnos cuando establecemos límites tiene múltiples raíces. Por un lado, la aversión al conflicto y el deseo de ser vistos como individuos agradables y complacientes juegan un papel significativo. Tememos que, al poner límites, sin las debidas explicaciones, podemos ser percibidos como egoístas o insensibles. Este miedo a la percepción negativa puede impulsarnos a ofrecer justificaciones excesivas, en un intento por suavizar la recepción de nuestros límites.

Otro factor es la inseguridad sobre nuestra propia valía y el derecho a tener y expresar nuestras necesidades. En muchos casos, estas inseguridades están arraigadas en experiencias pasadas donde nuestras necesidades fueron ignoradas o desvalorizadas. Esta historia personal puede hacer que busquemos validación externa para nuestras decisiones, creyendo que las justificaciones extensas pueden proporcionar esta aprobación.

Además, la tendencia a justificarnos puede estar alimentada por el miedo al rechazo o al daño emocional hacia otros. Nos preocupamos por cómo nuestras acciones afectarán las relaciones existentes y, por lo tanto, intentamos atenuar el impacto a través de la justificación. Sin embargo, este enfoque puede limitar nuestra capacidad de establecer límites saludables y promover relaciones basadas en la honestidad y el respeto mutuo.

¿Por qué nos cuesta tanto poner límites?

Poner límites es un reto para muchas personas, ya que implica navegar por complejas dinámicas emocionales y sociales. El miedo al conflicto es un obstáculo significativo, ya que muchos de nosotros preferimos evitar confrontaciones directas. Este temor puede ser tan abrumador que optamos por comprometer nuestras propias necesidades en lugar de enfrentar la posibilidad de tensión.

La preocupación por nuestra imagen y cómo los demás nos perciben también juega un papel crucial en nuestra reticencia a poner límites claros. Existe una presión social para ser percibidos como cooperativos y empáticos, lo que puede llevarnos a priorizar las necesidades de los demás sobre las nuestras. Esta tendencia no solo erosiona nuestra autoestima, sino que también puede resultar en relaciones desequilibradas donde nuestras necesidades no son respetadas o valoradas.

Además, identificar y reconocer nuestras propias necesidades puede ser un proceso difícil, especialmente si hemos crecido en ambientes donde expresar nuestras preferencias o deseos era desalentado. La falta de modelos a seguir que demuestren cómo establecer límites de manera efectiva y saludable contribuye a nuestra incertidumbre. Sin la práctica o el conocimiento de cómo hacerlo, el proceso de establecer límites puede parecer abrumador y generar ansiedad, lo que nos lleva a evitarlo o a recurrir a justificaciones excesivas para mitigar nuestra incomodidad.

El peligro de justificarse al poner límites

Al justificarnos excesivamente al establecer límites, corremos varios riesgos que pueden afectar negativamente nuestras relaciones y nuestro bienestar. Uno de estos riesgos es el de enviar mensajes contradictorios que debilitan la firmeza de nuestros límites. Esto puede llevar a situaciones donde nuestros límites no son tomados en serio, son ignorados o incluso puestos a prueba, porque las justificaciones excesivas pueden interpretarse como una falta de seguridad en nuestras decisiones.

Otro peligro es que la justificación excesiva abre la puerta a la manipulación. Cuando ofrecemos demasiadas razones o explicaciones, proporcionamos a los demás múltiples puntos de ataque para negociar o invalidar nuestros límites. Esto no solo disminuye la efectividad de los límites establecidos, sino que también puede erosionar nuestra autoestima y confianza en nuestra capacidad para defender nuestras necesidades.

Finalmente, justificarse constantemente puede reforzar la creencia de que nuestras necesidades y límites necesitan ser validados por otros para ser legítimos. Esta dependencia de la aprobación externa socava nuestra autonomía y puede llevarnos a comprometer nuestras propias necesidades y valores en un intento de complacer a los demás. A largo plazo, este comportamiento puede contribuir a la insatisfacción personal, resentimiento y relaciones superficiales basadas en el cumplimiento en lugar de la autenticidad y el respeto mutuo.

Desarrollar la habilidad de establecer límites sin justificarse excesivamente es un proceso que requiere autoconocimiento, confianza y práctica. Comienza con la aceptación de que nuestras necesidades son válidas y no necesitan ser justificadas extensivamente para ser respetadas. Al fortalecer nuestra autoestima y cultivar una comunicación asertiva, podemos aprender a expresar nuestros límites de manera clara y concisa.

Es fundamental abordar las raíces de nuestra necesidad de justificarnos, trabajando en nuestra seguridad personal y reconociendo el valor inherente de nuestras necesidades y deseos. Practicar la asertividad en situaciones de bajo riesgo puede ayudarnos a ganar confianza y habilidad para manejar situaciones más complejas.

Además, es útil recordar que establecer límites es un acto de autocuidado y respeto, tanto para nosotros mismos como para los demás. Al comunicar nuestros límites de manera efectiva, sin caer en justificaciones innecesarias, fomentamos relaciones más saludables y equitativas. Esto no solo mejora nuestra calidad de vida, sino que también sirve como modelo positivo para los demás, promoviendo un entorno de respeto y comprensión mutua.

Como vemos, mientras que justificarse puede parecer una estrategia para navegar por las complejidades de las relaciones humanas, en el contexto de establecer límites, es más beneficioso aprender a comunicar nuestras necesidades de manera directa y asertiva. Al hacerlo, no solo nos empoderamos para vivir de manera más auténtica y satisfactoria, sino que también contribuimos a la creación de un entorno interpersonal basado en el respeto mutuo y la comprensión.

* Ángel Rull, psicólogo.