Psicología

Gestionar la presión: cinco pasos para poder hacerlo

El estrés y la ansiedad suponen un foco de malestar en el día a día

Persona abrumada en el trabajo

Persona abrumada en el trabajo / 123RF

Ángel Rull

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Nuestra vida y su ritmo nos sumerge en un constante torbellino de exigencias y responsabilidades, generando una presión que puede resultar abrumadora en muchas ocasiones. Desde el ámbito laboral hasta las relaciones personales, la presión se convierte en un acompañante constante que puede afectar nuestra salud física y emocional si no aprendemos a gestionarla adecuadamente.

¿Qué es la presión?

La presión puede definirse como la sensación de tensión o estrés que experimentamos cuando nos enfrentamos a situaciones que percibimos como complejas o amenazantes para nuestros objetivos, valores o bienestar. Esta puede manifestarse en diferentes áreas de la vida, como el trabajo, los estudios, las relaciones interpersonales o incluso las expectativas que nos imponemos a nosotros mismos.

Es importante entender que la presión no es inherentemente negativa; de hecho, en dosis adecuadas, puede motivarnos y ayudarnos a alcanzar nuestros objetivos. Sin embargo, cuando la presión se vuelve abrumadora o crónica, puede tener efectos perjudiciales en nuestra salud y bienestar.

Además, la percepción de la presión puede variar significativamente de una persona a otra, dependiendo de factores como la personalidad, las experiencias previas, las habilidades de afrontamiento y el apoyo social disponible. Lo que para algunas personas puede ser estimulante, para otras puede resultar desbordante.

¿Cómo nos afecta negativamente la presión?

Cuando nos encontramos bajo una presión constante, nuestro cuerpo y mente pueden sufrir las consecuencias. A nivel físico, podemos experimentar síntomas como dolores de cabeza, problemas digestivos, insomnio o fatiga crónica. Estos síntomas son señales de alerta que indican que nuestro organismo está sobrecargado y necesita alivio.

En el plano emocional, la presión puede desencadenar ansiedad, irritabilidad, tristeza o falta de concentración, afectando nuestra calidad de vida y bienestar general. La constante preocupación por cumplir con expectativas, alcanzar metas o superar obstáculos puede generar un ciclo de estrés crónico que afecta nuestra salud mental.

Además, la presión también puede tener un impacto negativo en nuestras relaciones interpersonales, aumentando la probabilidad de conflictos, malentendidos y distanciamiento emocional. La irritabilidad y la falta de paciencia que a menudo acompañan al estrés pueden dificultar la comunicación efectiva y el apoyo mutuo.

¿Se puede gestionar la presión?

Aunque no siempre podemos controlar las circunstancias externas que nos generan presión, sí podemos aprender a manejar nuestras respuestas ante ellas. La gestión de la presión implica desarrollar habilidades emocionales y estrategias de afrontamiento que nos permitan enfrentar los problemas con calma y resiliencia.

Es importante reconocer que gestionar la presión no significa eliminar por completo el estrés de nuestras vidas, sino aprender a manejarlo de manera saludable y constructiva. Esto implica desarrollar una serie de habilidades y recursos que nos ayuden a regular nuestras emociones, mantener una perspectiva equilibrada y tomar decisiones efectivas incluso bajo presión.

Pasos para gestionar la presión

La gestión de la presión es un proceso continuo que requiere práctica y dedicación. A medida que desarrollamos nuestras habilidades de afrontamiento y fortalecemos nuestra resiliencia emocional, podemos aprender a enfrentar los problemas con mayor confianza y eficacia.

Estos son los pasos que debemos seguir:

1. Identifica tus desencadenantes

El primer paso para gestionar la presión es identificar qué situaciones, pensamientos o emociones específicas desencadenan tu estrés. Reflexiona sobre cuáles son los factores que te generan mayor tensión y trata de entender cómo influyen en tu estado de ánimo y comportamiento. Mantener un diario de estrés puede ser útil para identificar patrones y desencadenantes recurrentes.

2. Practica el autocuidado

Dedica tiempo a cuidar tu bienestar físico y emocional. Esto incluye hábitos saludables como dormir lo suficiente, alimentarte de manera equilibrada, hacer ejercicio regularmente y practicar técnicas de relajación como la meditación o la respiración profunda. Priorizar tu salud y bienestar te ayudará a construir una base sólida para hacer frente a la presión.

3. Establece límites claros

Aprende a decir "no" cuando sea necesario y establece límites saludables en tus relaciones y actividades. Aceptar más responsabilidades de las que puedes manejar solo aumentará tu nivel de estrés y presión. Aprender a establecer límites claros te ayudará a proteger tu tiempo, energía y recursos, permitiéndote priorizar lo que es realmente importante para ti.

4. Cambia tu perspectiva

Trata de adoptar una visión más realista y positiva de las situaciones estresantes. En lugar de enfocarte en lo que no puedes controlar, concéntrate en aquello que sí está en tus manos cambiar y en las oportunidades de crecimiento que pueden surgir de los problemas. Cultivar una actitud de aceptación y gratitud puede ayudarte a reducir el estrés y encontrar soluciones creativas a los problemas.

5. Busca apoyo

No tengas miedo de pedir ayuda cuando lo necesites. Habla con amigos, familiares o compañeros de confianza sobre cómo te sientes y busca el apoyo emocional que requieres. A veces, solo compartir tus preocupaciones puede aliviar la presión que sientes. Además, considera buscar el apoyo de un profesional de la salud mental si la presión que experimentas es abrumadora o interferir con tu vida diaria.

En conclusión, gestionar la presión no es una tarea fácil, pero es fundamental para preservar nuestra salud y bienestar en un mundo cada vez más exigente. Al identificar nuestros desencadenantes, practicar el autocuidado, establecer límites claros, cambiar nuestra perspectiva y buscar apoyo, podemos aprender a manejar la presión de manera efectiva y construir una vida más equilibrada y satisfactoria.

* Ángel Rull, psicólogo.