Conde del asalto

El pollo del domingo

Es lo más cerca que uno se siente del cavernícola atlético que salía a cazar para alimentar a su cueva

pollos

pollos

Miqui Otero

Miqui Otero

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Bajar en chándal a por el pollo a l’ast del domingo es lo más cerca que me sentiré del cavernícola atlético que salía a cazar para alimentar a su cueva.

Lo pienso cada vez que estoy en la cola decidiendo si uno entero o medio, si patatas fritas o gourmet, si croquetas de bacalao o de cocido o de setas o de queso de cabra y espinacas.

Los yanquis dan las gracias asando un pavo un día al año, pero los barceloneses lo hacemos cada domingo. El pollo a l’ast sirve para la celebración y también para la post-celebración. Es decir, para las comidas familiares dominicales y también para solventar las resacosas pocas ganas de cocinar en los días posteriores a los excesos del sábado.

La pandemia no ha hecho sino fortalecer esta tradición. En meses en los que no se podía, o era complicado, o incluso desaconsejable, comer fuera, el pollo a l’ast en bandeja de aluminio recogido para abrir en casa era la mejor alternativa. De hecho, durante el primer confinamiento se decía que de esta saldríamos juntos y mejores. No ha sido el caso, pero al menos yo, que no comía demasiado pollo, saldré de esta crisis sanitaria haciéndolo.

La newsletter de On Barcelona

Dicen que si activas esta newsletter delante de un espejo a medianoche, se te aparece Pocholo y te lleva de fiesta. Ana Sánchez te descubre cada semana los planes más originales de Barcelona.

Suscríbete

Por qué no comía pollo es algo difícil de entender, porque en realidad siempre me ha gustado. Sobre todo si tenemos en cuenta de que crecí a solo unos metros de la Rostisseria Urgell, con su logotipo de llama y abierta desde 1965, uno de los sitios de pollo para llevar más clásicos y recomendables de la ciudad (quizás por su cercanía con el Dominical de libros de segunda mano, siempre fue un lugar muy concurrido). Aun así, mi trauma, verdaderamente infantil pero sostenido a lo largo del tiempo, tiene que ver con el final del verano. Madrugábamos para volver en el Ford Orion desde Galicia a Barcelona y, a esas horas absurdas y con el estómago revuelto, siempre era el momento de desplumar y meter en maletas los pollos que nos llevábamos a la ciudad desde la aldea. Los nervios, el sueño, la tristeza, las trazas de sangre y esos pollos desnudos como dibujos de Tex Avery provocaron que tiempo después aún declinara la idea del pollo a l’ast y que ante la pregunta “muslo o pechuga” contestara como Bartleby el escribiente: “Preferiría no hacerlo”.

Pollos hípsters

Sin embargo, la pandemia me ha animado a ir a cazar pollos a l’ast desde las primeras semanas de encierro y me ha pasado como a aquella gente a la que le ponen una escayola y ya solo ve por la calle a gente con el brazo en cabestrillo. Esto es, veo pollo a l’ast por todos los lados, especialmente los domingos. Al margen de clásicos como el de Urgell, donde esas enormes brochetas dan vueltas y giran empapadas de su propio jugo desde hace más de medio siglo, han abierto mil versiones modernizadas (incluso hipsterizadas) con nombres como The Creative Chicken.

El pollo a l’ast, ritual y democratizador, barato desde que predominaron las granjas, con raíces en Pakistán y en la antigua Grecia, girando siempre, quizás dorado con aceite de oliva y con un poco de coñac, está más fuerte que nunca. Y yo me pongo la canción 'For your love', de los Yardbirds (escúchenla, aunque ellos no lo sepan dicen 'pollo a l’ast' en el estribillo), o 'Comiendo pollo', de Sisa, para ir a buscarlo, donde me encuentro a otros cazadores, como uno de los timoneles de este diario, corazón de rocker a veces con dominguera sudadera negra y siempre con flequillo.

Y creo que seguiré saliendo a capturar pollos a l'ast , en honor a todos nosotros: la pandemia nos quiso cortar la cabeza pero de algún modo seguimos corriendo y viviendo.

Suscríbete para seguir leyendo