INVESTIGACIÓN DE ERNESTO EKAIZER
Bertossa o el sabueso que siguió la pista de los dineros de Juan Carlos I y Corinna
La resolución de archivo desnuda a un monarca que fue objeto de sospechas en voz baja durante largos años
Ernesto Ekaizer
Escritor y periodista.
Follow the money o sigue el dinero es la frase que se ha atribuido a Deep Throat o Garganta Profunda, el alto cargo del FBI Mark FeltI, quien aportó las principales pistas a los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein en su investigación del escándalo del Watergate en 1972.
El primer fiscal del Cantón de Ginebra, Yves Bertossa, responsable de casos complejos, hizo, precisamente, eso: seguir la pista del dinero.
Mientras en España la filtración de las grabaciones de Corinna zu Sayn-Wittgenstein y el expolicía José Manuel Villarejo el 11 de julio de 2018 condujeron a un paripé de investigación en la Audiencia Nacional, primero por el juez Diego de Egea y después por Manuel García-Castellón, Bertossa obtuvo con sus entradas y registros en los despachos de los dos nombres que Corinna pronunció -Arturo Gianfranco Fasana y Dante Canonica- una abundante documentación sobre fundaciones y cuentas bancarias, una información que luego completó con la entrada en el banco Mirabaud de Ginebra, la entidad que las gestionaba.
La punta del ovillo
Se dice ahora muy pronto, pero esa fue la punta del ovillo, según relata la resolución de archivo (ordonnance) del pasado lunes 13 de diciembre que permitió descubrir los 100 millones de dólares (64,8 millones de euros) que el Ministerio de Finanzas de Arabia Saudí había ingresado en la cuenta de la fundación panameña Lucum (creada especialmente al efecto) el 8 de agosto de 2008, de la cual, según los documentos, era primer beneficiario Juan Carlos I y segundo el entonces príncipe de Asturias, Felipe de Borbón. Ese dinero, ocultado a la Hacienda española, tras ser utilizado durante cuatro años en gastos y obtener tan elevadas rentabilidades, permitió transferir la misma cantidad (64,8 millones de euros) el 5 de junio de 2012 a una cuenta del banco Gonet en Bahamas cuya beneficiaria era Corinna zu Sayn-Wittgenstein.
Desde luego, parecía sensato al equipo de Bertossa, integrado por el especialista económico, Raphael Zbinden, apuntar a un blanqueo de capitales. Pero un blanqueo no es simplemente transferir el dinero a nombre de otra persona, en este caso Corinna. Requiere un pecado original o, en términos penales, un acto ilícito. Comisión, cohecho u otras actividades ilegales. Como en las grabaciones Corinna hablaba de comisiones y de la adjudicación del Ave del Desierto Medina-La Meca, en Arabia Saudí, a un consorcio hispano-saudí en 2011, el equipo de Bertossa buscó la vinculación entre los 100 millones de dólares y el proyecto ferroviario.
Ni las fechas (2008) ni la idea de que la comisión la pagaba quien encargaba la obra cuando normalmente las mordidas van en sentido contrario, es decir, las pagadoras son las empresas, encajaban en el puzle. La investigación se estancó enseguida.
Pero el mapa del tesoro desplegado en la Fiscalía de Ginebra, según se ilustra en la resolución, le decía a Bertossa que todo pintaba muy mal.
El viaje del 2010
Juan Carlos I había hecho un viaje a varios países del Golfo Pérsico en la primavera de 2010. Y ese periplo fue el desencadenante de una situación análoga a Dánae recibiendo la lluvia de oro, el célebre óleo sobre lienzo de Tiziano. Porque al volver, la primera semana de abril de aquel año, el entonces rey de España y jefe de Estado traía una maleta con 1.895.250 dólares en billetes, hizo escala en Ginebra y se los entregó a Fasana, quien los ingresó en la cuenta de Lucum el 7 de abril. Un regalo, le explicó a su gestor, del sultán de Barhein. Hubo también trasvase de fondos de esa cuenta a una de las cinco que Corinna tenía, también, en Mirabaud.
Y en noviembre de 2010 el gobierno de Kuwait ingresaba 5 millones de dólares en el banco Mirabaud, sin contrato alguno, en una cuenta de Corinna simplemente con un correo electrónico. Más tarde, en 2012, según se ha apuntado, Juan Carlos I donaba de manera “irrevocable”-en un contrato sin fecha- los 64,8 millones de euros a Corinna y el abogado de Juan Carlos I, Dante Canonica, era gratificado por su cliente con una donación de 3,5 millones de dólares; en 2014, Corinna recibía 2.000.000 dólares en su cuenta procedente de Bahrein. Por la demanda civil de Corinna en Londres en la que denuncia que Juan Carlos I la presionó para que le devolviera los 100 millones de dólares, parece evidente que la donación no era tan "irrevocable".
Muchas de estas transacciones, según Bertossa, se hicieron de forma desprolija, sin documentación, que solo fue posible porque los propietarios sabían quiénes eran los beneficiarios y miraron hacia otro lado. A estas transacciones se suman los 9 millones de euros -esto no figura en la resolución- que la fundación Zagatka (Liechtenstein, 2003) pagó por alquiler de aviones privados para viajes de Juan Carlos I y también de Corinna.
Si Bertossa no hubiera investigado, sobre la base de las pistas que aportó Corinna a Villarejo en sus conversaciones grabadas y filtradas, Juan Carlos I seguiría siendo el emperador de Hans Christian Andersen.
Ha sido Bertossa, a pesar de los jueces españoles, quien ha tenido que hacer el papel del niño al ver pasear desnudo al monarca con su magnífico traje invisible. No ha conseguido probar la infracción penal. Pero ha desnudado a un monarca sobre el cual ha habido, durante décadas, susurros y muy pocos gritos.
-¡Pero si no tiene nada!
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