CONTRACRÓNICA

No soy yo, eres tú

El enfrentamiento entre Casado y Abascal es como una discusión de pareja en la que uno ataca, el otro se ofende y al final cambian pocas cosas

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Juan Ruiz Sierra

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Las discusiones de pareja generan malentendidos. Las dos partes suelen terminar con ideas muy distintas sobre la trascendencia de lo que acaba de ocurrir. Y en muchas ocasiones, por mucho que se diga de forma acalorada, ocurre poco. ¿Qué ocurrió este jueves en el Congreso? Aparentemente, <strong>Pablo Casado</strong> rompió con <strong>Santiago Abascal</strong>. "Hasta aquí hemos llegado", le dijo el líder del PP a su homólogo de Vox, en la segunda jornada de la moción de censura del partido ultra, un debate largo e inútil, aún más en plena segunda ola de la pandemia, del que Abascal salió con los mismos apoyos que entró: sus 52 diputados.

El dirigente de extrema derecha reaccionó ofendido, con incredulidad. Le pilló desprevenido la actitud de Casado, que durante años ha evitado entrar en el cuerpo a cuerpo con Vox, un partido cuyo origen está en el PP, del que el PP depende para gobernar en la mayoría de territorios donde gobierna y que se nutre, sobre todo, de antiguos votantes del PP. Siendo un orador parlamentario muy modesto, cuyas carencias quedaron patentes durante esta moción, Abascal se limitó a decir: "No me lo esperaba". Y también: "Estoy perplejo". Sin embargo, insistió en que mantendría la relación en Madrid, Andalucía y Murcia, donde los conservadores ostentan el poder gracias a la ultraderecha. Por "responsabilidad". Así que la ruptura, en el fondo, no fue para tanto.

De perjudicado a revelación

Todos los análisis previos a esta moción coincidían, algo que ocurre pocas veces en la política española, tan dada a las trincheras: el principal perjudicado iba a ser Casado. Se daba por supuesto. Ante la embestida de Abascal, el presidente del PP podría incluso perder el liderazgo de la oposición. Pero Casado, que hasta el último momento, en la misma tribuna, no anunció que votaría en contra de la iniciativa de Vox, hizo algo completamente atípico desde que está al frente de su partido: enfrentarse a las claras, sin complejos, a la ultraderecha, apilando un argumento tras otro para justificar su novedosa posición.

Dicen que esta fue su mejor intervención en los poco más de dos años que lleva al frente del PP. Pocas veces sus diputados habían aplaudido a su líder con tanta convicción. Sobre todo, después de escuchar críticas a Abascal que podrían haber pronunciado perfectamente los grupos de izquierda. Como esta: "La suya es una España a garrotazos, en blanco y negro, una España de violencia y miedo". O esta: "Defiendo la libertad y la tolerancia con cada persona, tenga el color de piel que tenga, rece al dios que rece, ame a la persona que ame y sueñe en la lengua que sueñe".

Las oscuras relaciones

A diferencia de la izquierda, la derecha no suele airear sus diferencias. Casi siempre se pone de acuerdo, para gobernar o para hacer oposición. Por eso sorprendió tanto la actitud de Casado, que nada más comenzar a hablar señaló, solemne, que había llegado la "hora de poner las cartas boca arriba". Cargó toda la culpa del vuelco en la relación en Abascal, un dirigente que provoca "pérdidas de tiempo en medio de una pandemia", que "recita hazañas bélicas" cuando lo único que tiene es "mucho ruido y pocas nueces", que "prefiere sepultar el interés nacional bajo el interés propio" y enarbola un discurso "antieuropeísta". Un dirigente, en fin, que mantiene oscuras relaciones con otros partidos, porque en realidad, insistió Casado, Vox "ofrece a la izquierda una garantía de victoria perpetua".

Abascal, sin saber muy bien qué decir ("no me lo esperaba, de verdad que no me lo esperaba", insistió con dolor), optó por una salida clásica entre los supuestamente despechados: avisar de que la vida del otro, a partir de ahora, será mucho peor, que se arrepentirá de haber dado ese paso. "¿Saben a qué suenan esos aplausos? –preguntó a los diputados del PP-. A la música del 'Titanic', mientras se hunde".

Ante la intensidad de lo que acababa de ocurrir, quizá el único momento de verdad reseñable en una moción de censura que hasta entonces solo había servido para que la extrema derecha exhibiese sus peligrosas obsesiones sin límite de tiempo, la intervención de Pablo Iglesias pasó sin pena ni gloria. El vicepresidente, que quiso participar en el debate para evitar que todo el protagonismo dentro del Gobierno recayese sobre Pedro Sánchez, alabó el giro de Casado, interpretando el papel de amigo que ofrece su hombro sin que se lo hayan pedido. Fue raro. "Brillante", le dijo Iglesias al líder del PP. "Pero llega tarde", añadió.

"Floreros" y "figurantes"

Aun así, Unidas Podemos había logrado descolocar horas antes a Abascal. Fue al principio de la mañana, cuando por parte de la formación morada intervinieron cuatro mujeres, en lugar de su portavoz parlamentario, Pablo Echenique, para subrayar el "machismo" de la extrema derecha. El dirigente ultra reaccionó llamándolas "figurantes" y "floreros" de Iglesias, el "machito alfa". La diputada Lucía Muñoz dijo que Vox quería convertir la política "en un after". Por favor. Un respeto para los afters, que están pasando por un momento muy complicado.

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