Cuando Pujol prefirió al PP

Pujol y Carod-Rovira, en el Palau de la Generalitat, en 1999.

Pujol y Carod-Rovira, en el Palau de la Generalitat, en 1999.

Fidel Masreal

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No está de moda, pero la ideología existe. Para ello es preciso retroceder tan solo 20 años, al 5 de octubre del 2000. Ese día en el Parlament, Esquerra Republicana se ofrece a <strong>Jordi Pujol </strong>para un pacto programático y de gobierno. La oferta se hace en términos "encrucijada decisiva, quizás incluso histórica". El 'president' responde de forma tajante con un no a una oferta que considera vaga. "Dentro de un año no nos venga a llamar a la puerta porque no estaremos; usted se ha equivocado", le contesta, irritado, el líder de Esquerra, Josep Lluís Carod-Rovira. Y Pujol siguió gobernando, con el apoyo del PP.

El "no nos venga a llamar" de Carod explica muchas cosas. Su antecesor en el cargo, Àngel Colom, protagonizó una exitosa etapa de crecimiento de Esquerra pero nunca formuló una estrategia alternativa al pujolismo, en el terreno nacionalista. Es más, Colom acabó militando en Convergència, tras una breve transición en el experimento llamado Partit per la Independència, junto a Pilar Rahola.

Es con Carod y con figuras como la de Joan Puigcercós y otros militantes procedentes del independentismo de izquierda radical, que el partido decide poner encima de la mesa eso que no está de moda, la ideología de izquierdas. Y se forjan dos tripartitos. Esa decisión fue la que llevó al espacio convergente a marcar una cruz a los republicanos. El famoso DVD de David Madí contra el tripartito de Pasqual Maragall, Carod-Rovira y Joan Saura es el ejemplo más sangrante de ese odio traducido en combate político por una hegemonía, la del soberanismo.

Trasladado al presente más reciente, la decisión de Artur Mas de gobernar en coalición con ERC pareció dar una tregua a la guerra. Pero fue un espejismo. Mas pactó a ERC a regañadientes, por el imperativo de la necesidad aritmética y tras haber gobernado de la mano del PP de Alicia Sánchez Camacho.

Mas nunca se ha fiado de ERC. Y pese a que la Esquerra de Oriol Junqueras ha basculado de nuevo hacia posiciones templadas en el eje izquierda-derecha, la pugna se ha recrudecido, esta vez por el ansiado espacio de centro.

La existencia de la llamada hoja de ruta hacia la independencia (sobre la cual ambos partidos han tenido siempre visiones también alejadas sobre el alcance final) tapó o trató de tapar los encontronazos ideológicos. Pero estos han sido una constante. Recordemos: la subida o no de impuestos en concreto en el tramo más alto del IRPF, la actuación ante proyectos faraónicos como el de Barcelona World, la supresión del impuesto de sucesiones, la lucha contra la corrupción, la limitación o no de las subidas abusivas de los alquileres, el decreto estatal sobre los fondos buitre...

Sin duda han sido y son más evidentes los choques soberanistas porque se trata de una pugna por un mismo espacio, por los mismos ciudadanos independentistas. Aquí la lista sí que es interminable. El espacio posconvergente no perdona a Esquerra que en su día Junqueras y Marta Rovira empujaran a la declaración de independencia y luego hayan abanderado la posición pactista ante el Gobierno socialista. ERC no perdona al espacio convergente el pacto de Mas con José Luis Rodriguez Zapatero sobre el Estatut, la decisión de Mas de dar marcha atrás al primer referéndum y convertirlo en un proceso participativo, la actuación de Puigdemont decidido a convocar elecciones semanas después del 1-0...

La tormenta perfecta ha llegado en esta legislatura: un Govern con un liderazgo débil, con un peso casi al 50% entre ambos socios y que ha de lidiar con la evidencia de que la secesión no ha tenido lugar. Los choques son constantes: ERC ahora apuesta por pactar, el 'expresident' Puigdemont reprocha a los de Junqueras que no permitiera su investidura a distancia, que no plantara batalla por la suspensión de diputados a manos de la justicia española, que no defendiera al 'president' Torra ante la decisión de suspenderlo como diputado, que pactara con el PSOE una mesa de diálogo y, ahora, que facilite la prórroga del estado de alarma. Ni el covid-19 ha suspendido una pugna que viene, como mínimo. de 20 años atrás.

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