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Josep Maria Fonalleras
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Jordi Puntí: del narrador como ventrílocuo

Estamos ante una figura colosal de la literatura catalana. Queda dicho. Y no lo digo por amistad, sino con las pruebas concluyentes de una trayectoria que ahora probablemente se verá consolidada

Jordi Puntí: "Xavier Cugat es un personaje que hoy estaría claramente cancelado"

Adelanto de 'Confeti', la nueva novela de Jordi Puntí, Premi Sant Jordi

Jordi Puntí, en Barcelona.

Jordi Puntí, en Barcelona. / Jordi Cotrina

Conocí a Jordi Puntí hace muchos años, quizás treinta, en la antigua sede de Empúries y Edicions 62, en la calle Peu de la Creu. Me lo presentó Xavier Folch y me anunció la inminente llegada de un escritor de raza. Yo iba a presentar un original y él, ahora no lo recuerdo a ciencia cierta, quizás terminaba una de las traducciones que publicó o simplemente estaba allí para hablar de literatura con Jordi Cornudella. Todavía no había publicado lo que sería su debut literario, esos magníficos cuentos de 'Piel de armadillo'. Mucho tiempo después, coincidimos en la Feria de Fránkfurt, en 2007. Aparte de los actos en el mismo recinto ferial, compartimos una 'Noche de cultura' en la Literaturhaus de Stuttgart, con el amigo común (lo fue desde entonces) Michael Ebmeyer. Fue allí donde también conocí a su pareja, Stefanie Kremser, cineasta y escritora. La última vez que hemos coincidido ha sido a raíz de la presentación de 'Confeti', la novela premiada con el Sant Jordi. En medio, encuentros ocasionales y el mantenimiento de un hilo de conversaciones que, en todo este tiempo, han ido desde disquisiciones literarias y consejos a comentarios futbolísticos o sobre rugby, desde divagaciones sobre la situación política o el ambiente cultural a juguetonas bromas particulares. Quiero decir, con todo esto, con todas estas batallas íntimas, que Puntí es un amigo en la distancia con quien me une un mismo soplo poético (qué significa escribir y cosas parecidas) y una forma bastante similar de contemplar la existencia, aunque, por supuesto él es un hombre viajero y viajado (ha vivido durante largos períodos en Nueva York –el último, durante un año– y también en Copenhague, París, Londres y, sobre todo, en Munich) y yo me defiendo como sedentario.

Estamos ante una figura colosal de la literatura catalana. Queda dicho. Y no lo digo por amistad, sino con las pruebas concluyentes de una trayectoria que ahora probablemente se verá consolidada (si es necesario, después del éxito internacional de 'Maletas perdidas' y de los galardones conseguidos por su obra publicada) en un día de Sant Jordi en el que la no-biografía de Xavier Cugat será uno de los libros más vendidos. Hablo de una biografía que no lo es, porque la capacidad de autoengaño del músico ya se adentraba hasta los límites de la ficción, unos límites que Puntí ensancha con un personaje creado por él que, en realidad, no es más que la elevación de la mentira literaria en un estadio superior. "La literatura es engañar, mentir, hacer creíbles cosas que no lo son", confesaba hace unos años. Ahora, en una amplia entrevista en 'L'Avenç', que no solo repasa su producción, sino que da pistas precias sobre el método de trabajo y sobre las reflexiones del Puntí narrador, dice que, en el momento en que Cugat pasa a ser una caricatura, "en este momento entra en escena el narrador como ventrílocuo". Alguien que asume la voz de otro y que la hace verosímil, que da la vuelta a la percepción de la realidad.

Quizá deberíamos recurrir a una imagen de su infancia en Manlleu. Los padres trabajan, ambos, en una fábrica textil. Su madre es cosedora y le hace las camisas y los pantalones. Con la tela que le sobra, también cose pantalones y camisas (iguales, clavados) para los Madelman (o unos muñecos por el estilo) con los que el niño juega en solitario. Los tres hermanos con los que habría podido compartir aventuras no están. Murieron. Puntí, pues, con la presencia de esta ausencia, que se hace notoria en la infancia y que después tiene un correlato en los hermanos (“que no pudieron hacerse mayores” de 'Maletas perdidas'), juega consigo mismo , ejerce, de pequeño, la ventriloquia que le caracterizará de adulto como narrador, la “máquina perfecta de contar historias”, como dijo Ignacio Martínez de Pisón.

A medida que te adentras en su obra, descubres el poso que la sostiene. Licenciado en Filología Románica, Puntí trabajó como editor de mesa en muchas editoriales y conoce el oficio. También conoce con detalle la literatura medieval, por ejemplo. Y, como saben los lectores de EL PERIODICO, al mismo tiempo habla de la contemporaneidad, de música, de series, o de Lionel Messi, a quien le ha dedicado otra biografía que no lo es. Defiende que 'Tirant lo Blanc' es “una novela de gente que se va”. Como el Cugat que se desparrama en confeti. De facciones pronunciadas, cejas prominentes y cuerpo rotundo, Puntí es uno de los grandes. Y ahora lo celebramos. Xavier Folch tenía razón, con esa profecía de hace treinta años.

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