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Josep Maria Fonalleras
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Cinco (insólitos) días de abril

Pedro Sánchez podría haber hecho lo que ha hecho sin anunciar la clausura laica y es justamente ahí donde el episodio ha funcionado como un mecanismo que se ha acercado a la catarsis

Sánchez: "Han sido cinco días muy gratificantes. La ciudadanía también los necesitaba"

Sánchez apunta ahora a la injerencia extranjera en los “pseudomedios” y se ve “víctima de lawfare”

Pedro Sánchez.

Pedro Sánchez.

La primera noticia que recibo del regreso de Pedro Sánchez después de estos días de exilio interior es el de un mensaje que dice: “Estoy en la clínica; las enfermeras han aplaudido cuando lo ha dicho”. Enseguida recibo otro: "Hay vecinos que han gritado de alegría". El dirigente socialista, con el anuncio repentino de su receso espiritual, con la perspectiva de una creíble (lo ha sido bastante, no nos engañemos) renuncia, ha conseguido, al menos de entrada, una ola de simpatía popular. Escribo “ola” y tengo la percepción de que exagero, pero Pedro Sánchez sí lo ha vivido así, porque habla de una “mayoría social que, en estos cinco días, se ha movilizado en una apuesta decidida por la dignidad y el sentido común”. ¿Una ola, una mayoría social? No estoy nada convencido, porque, más allá de los acólitos que clamaban a las puertas del desierto donde se había adentrado, más allá del ruido mediático a favor o en contra, más allá de la puesta en escena que mezclaba la trifulca política de baja estofa con la solidez de los vínculos afectivos, más allá de la introducción de escenas de folletín melodramático, no he visto en ninguna parte una marea que inundara las calles. Sánchez podría haber hecho lo que ha hecho sin anunciar la clausura laica y es justamente ahí donde el episodio ha funcionado como un mecanismo que se ha acercado a la catarsis. Y de ahí vienen los aplausos o las alegrías. Un gesto individual (que no soy capaz de averiguar si contenía trazas de maquiavelismo, aunque bien podría ser) que ha provocado escenas de purificación liberadora, no al contemplar la devastación ajena (como en las tragedias), sino en la perspectiva de un hipotético futuro incierto y terrorífico. Este ha sido el secreto de la maniobra (¿ya podemos llamarla así?) presidencial.

Una de las fábulas de Esopo describe la terrible escena de una montaña que emite unos ruidos indescriptibles y se mueve de tal forma que promete maldades en toda la comarca. Por último, de la montaña efervescente surge un ratoncito. Horacio, en los hexámetros de la 'Epistula ad Pisones', lo describe así: “Parturient montes, nascetur ridiculus mus”, que nos viene a decir que de la enorme expectación creada por la montaña, nacerá un ridículo roedor. Este es el peligro cuando se anuncian “promesas vacías” (¡lo dice Horacio!) o catástrofes venideras: que todo se reduzca a proclamas que acaban en su propia combustión interna. Ahora resulta que esa democracia “plena, moderna y avanzada” (PS, 2019) tiene “pendiente una regeneración, para el avance y la consolidación de derechos y libertades” (PS, 2024). El secretario general del PSOE utilizó 588 palabras antes de decir que continuaba en el cargo de presidente del Gobierno y no fue hasta la palabra 630 que lo confirmó, con el propósito de que la sociedad española sea el ariete inspirador “para un mundo convulso y herido”. Para que no parezca una exageración patriótica, una fábula de ratones, será necesaria mucha más reflexión, más acción democrática, más intensidad progresista que la de estos cinco insólitos días de abril.

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