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Albert Sáez

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Director de EL PERIÓDICO

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Barcelona soy yo

Yolanda Díaz junto a Marta Lois y Ada Colau en la campaña de las gallegas.

Yolanda Díaz junto a Marta Lois y Ada Colau en la campaña de las gallegas. / / EFE

Cuando una fuerza política cambia el sentido de su voto sobre un proyecto al abandonar el liderazgo de una institución es un mal síntoma. Pasó en su momento con Junts que dejó de votar los presupuestos elaborados por el conseller Giró al irse del gobierno de la Generalitat. Y pasa ahora con el grupo municipal de Comuns en Barcelona. Su líder, Ada Colau, ha ligado desde un primer momento el apoyo a las cuentas del gobierno de Collboni a alcanzar un pacto para regresar al puente de mando. De nada ha servido la última oferta de los socialistas comprometiendo una importante cantidad de millones este año y a lo largo del mandato en proyectos que la exalcaldesa consideró estratégicos en sus anteriores mandatos. Colau tiene todo el derecho a querer gobernar, pero el precio de no hacerlo no lo puede pagar la ciudad y su gente, especialmente la que le vota.

Este voto negativo alimenta las especulaciones de los últimos días en el sentido de que el otro “no” de Comuns en los presupuestos de la Generalitat estaba motivado por su exclusión del pacto de gobierno en la capital que han negociado sin cerrar el PSC y Esquerra. De rebote, además, la que se ha quedado si presupuesto también es la referencia estatal de Colau, Yolanda Díaz, a la que le interesaba especialmente para marcar perfil en el gobierno. Los más malévolos podrán asegurar que solo hay presupuestos si Colau es alcaldesa. Barcelona soy yo sería el resumen de esta manera de ver las cosas.

La que algunos en su momento llamaron la nueva política ha envejecido más deprisa que la política de toda la vida. Toda formación política existe para conseguir el poder. Es absurdo negarlo y la población lo entiende así. Lo que es más difícil de entender es que los que decían ser diferentes acaben actuando en los métodos de la misma manera o peor. Utilizar la pureza moral como único argumento político tiene la contrapartida de recibir el mismo trato por parte de los adversarios. Y al final, también por parte de los ciudadanos.

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