Movilizaciones del PP

Feijóo, de político a pancartista

Es posible que esta maniobra le proporcione algunas ganancias electorales, pero a costa de quedar jibarizado y totalmente acotado en unas fronteras impermeables en las que no tienen cabida los sectores más centrales

Feijóo: "Qué insulto decirle a los policías que no sufrieron violencia y actos terroristas" en el procés

Leonard Beard

Leonard Beard / Ricardo Rubio/Europa Press

Pilar Rahola

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Por mucho que, de vez en cuando, uno se podía aferrar a pequeños indicios para creer que Alberto Núñez Feijóo no es un hiperventilado fuera de sí, de los muchos que pululan en las filas del españolismo, lo cierto es que una y otra vez se esfuerza en confirmarlo. No solo ha dejado de ser una especie de promesa de una derecha liberal a la europea, como se vendía el producto cuando dio el salto de Galicia a la capital del reino (y podía parecerlo, a tenor de algunas declaraciones iniciales), sino que se ha convertido en el títere que se mueve en la mano del gran capitán Aznar.

Como suele ocurrir desde tiempos inmemoriales, la derecha española es incapaz de deconstruirse lo más mínimo, secularmente instalada en los cuatro parámetros que le alejan del mejor conservadurismo europeo: su resistencia a modernizar las cuestiones que alcanzan a los derechos civiles; su tentación a confundir al Estado con su partido y sus intereses; la desvergüenza con la que meten mano en las cloacas del Estado para imponer situaciones represivas; y la necesidad patológica de convertir la cuestión catalana en una bolsa perversa e histérica de votos, mediante un relato extremo que se ubica en la memoria de la España oscura. Ver a un dirigente político del siglo XXI que aspira a presidir un Estado de la Unión Europea convertido en un pancartista todo a cien, alabando a un juez ideológico, llamando a la "rebelión" -concepto muy adecuado a la tradición del españolismo- contra un pacto político democrático y haciendo suyo el rencor y el espíritu de venganza de los sectores más ultras resulta estremecedor. De hecho, está repitiendo, punto por punto, los mismos movimientos obsesivamente anticatalanes de épocas anteriores: de las campañas contra el Estatut y la guerra contra el catalán a la revuelta contra la amnistía, con Catalunya en el centro de su obsesión ideológica. Es un hecho que Feijóo ha desaparecido completamente en la telaraña del integrismo aznarista, verdadero gurú de toda esta secta, y la manifestación de este domingo es un escalón más hacia ninguna parte.

Aznarizado y mutado en el proceso, este es el hecho que debería plantearse el líder del PP: que toda esa locura histriónica en contra del juego democrático solo le conduce a las posiciones ultramontanas de las derechas europeos más indefendibles. Feijóo podría haber aspirado a ser una Angela Merkel o un 'tory' en versión doméstica, pero ha optado por emular a un Viktor Orbán cualquiera, y el resultado es un partido que abandona cualquier tentación centrista, y queda definitivamente atrapado en la lógica de los sectores más irredentos. De hecho, a Feijóo le está ocurriendo lo mismo que a la izquierda con el tema de Oriente Próximo: si estos han comprado el relato maniqueo de la extrema izquierda y lo han hecho suyo, el PP ha asumido íntegramente el discurso de la extrema derecha, y, en consecuencia, ha quedado devorado por ella.

Habrá quien querrá ver alguna bondad en esta radicalización, no en vano cuando más en el extremo se sitúa Feijóo, menos espacio le deja al ultrismo de Abascal. Ciertamente, es posible que esta maniobra le proporcione algunas ganancias electorales, pero a costa de quedar jibarizado y totalmente acotado en unas fronteras impermeables en las que no tienen cabida los sectores más centrales.

Decía Pedro Sánchez en una reciente entrevista que el hecho de que el PP no haya cuestionado la 'operación Cataluña' es la demostración de que lo volvería a hacer. No hay dudas al respecto, pero no por la anécdota concreta, sino por la categoría: el PP cree firmemente que es el salvador de la patria -la suya, la que no incluye naciones, ni permeabilidades, ni flexibilidades-, y como salvador se otorga la potestad de ensuciar, mangonear y asfixiar el Estado de derecho. Y por mucho que a lo largo de la historia del partido siempre ha habido algún líder que parecía o aparentaba o hacía ver que decía que quizás sería algo nuevo, alejado de su patética herencia, al final todos vuelven al redil, secularmente atrapados en una retroalimentación ideológica que les impide mirar más allá. Instalado en esta idea pétrea del Estado e impermeable a la evolución, el PP que se jacta de patriotismo a raudales acaba siendo el que más ahoga a España y la aleja de la modernidad. Es la versión 2.0 de la involución de siempre.