Efeméride
Albert Soler

Albert Soler

Periodista

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Kennedy, Lady Di y la cerveza

Hay que preguntar siempre sobre desgracias, que es lo que más nos gusta y queda más fijado en la memoria

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John F. Kennedy.

John F. Kennedy. / Tampa Bay Times / Zuma Press

Cada diez años, coincidiendo con el aniversario de su muerte, nos preguntan dónde estábamos cuando mataron a Kennedy, ese rubiales al que su millonario padre compró la presidencia de Estados Unidos para que se entretuviera. Los pobres regalan a sus hijos un tablero de Risk para que jueguen a ser presidentes, y los ricos les regalan una presidencia para que jueguen al Risk de tamaño natural.

Creo que nos lo preguntan con tanta insistencia para comprobar nuestra coartada y así eliminarnos de la lista de sospechosos en el supuesto complot. O con la esperanza de que alguien confiese: “ah, pues ahora que caigo, yo estaba en Dallas, disparándole con un rifle”. Un día tendrán que dejar de preguntarnos donde estábamos y qué hacíamos, porque cada vez queda menos gente que el 22 de noviembre de 1963 estuviera haciendo algo. Y bastantes de los que quedan no se acuerdan -cosas de la edad- ni de lo que hacían ayer por la tarde, así que imaginen sesenta años atrás. Yo estaba llorando, durmiendo, comiendo o defecando, que eran las únicas actividades a las que me dedicaba -al parecer con bastante éxito- a mis siete meses de vida. A no ser que el magnicidio me hubiera pillado a la hora del paseo en cochecito, supongo que estaba en casa.

Habrá que empezar a cambiar la pregunta e interrogar a la gente sobre su localización el día que ocurrieron otras desgracias. Hay que preguntar siempre sobre desgracias, que es lo que más nos gusta y queda más fijado en la memoria. A mí me pillaron el 23-F, la muerte de Lady Di y el atentado contra las torres gemelas tomando cañas, llegué a creer que había una relación causa-efecto entre mi ingesta de cerveza y que sucedieran calamidades en el mundo, sospecha que se acentuó cuando, años después -ya no podía ser casual- me pilló también cerveza en mano el 8-2 del Bayern al Barça. Un matemático me convenció de que dejara esos pensamientos fatalistas, haciéndome notar que es cuestión de probabilidades que cualquier hecho me pille tomando cañas.

Kennedy demuestra que no hay como morir asesinado para que un famoso caiga bien. Un accidente tampoco está mal, mucho mejor que una triste enfermedad, que es una muerte tan simple que le puede suceder a cualquiera, no goza de 'glamour'. En cambio, que le disparen a uno desde un cuarto piso mientras pasea en descapotable, eso está al alcance de muy pocos, le convierte a uno en la envidia del mundo. Donde esté un asesinato, que se quite todo lo demás.

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