Limón & Vinagre
Josep Cuní

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Periodista.

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Artur Ramon: mirar para saber

Su libro es una suerte de redención a la que hay que dar la bienvenida, porque nos sirve de guía para aprender muchas cosas, más allá de los quince dibujos convertidos en una gran excusa

Artur Ramon, historiador del arte, anticuario y galerista

Artur Ramon, historiador del arte, anticuario y galerista

El dibujo es el verbo de la pintura. Es el inicio de la creación artística, la base sobre la que desarrollar una idea, una tela, un cuadro. Aunque sea para transformar el concepto original. Ya dijo Picasso que nada es mejor que el primer esbozo. Pero también añadió que no hay nada más difícil que una línea. Sabía de qué hablaba. Sus trazos arrastraban la historia milenaria iniciada en las cuevas de Altamira para proyectarlas hacia el futuro. Puede que Miquel Barceló sea hoy el penúltimo exponente.

Este largo recorrido es del que se sirve Artur Ramon Navarro (Barcelona 1967) para ilustrarnos a través de 'Aún aprendo. Quince episodios sobre dibujo' (Editorial Elba). Un arduo trabajo de síntesis de un historiador del arte, anticuario y galerista, que vive su vocación con pasión y divulga su capacidad con ilusión.

Fueron los clásicos quienes nos legaron la firme voluntad del aprendizaje permanente. Con los siglos, Miguel Ángel o Goya la explicitaron al final de sus longevas vidas – a los 89 y 82 años, respectivamente – añadiendo el histórico “ancora imparo” (aún aprendo) entre los trazos de sus trabajos finales, aunque para detectar la sentencia hay que fijarse. Eso supone mirar, observar y no solo ver. Algo cada vez menos frecuente, según Artur, porque nos enseñan a leer pero no a mirar. Eso sí, disimulando a la vez que desvirtuando los conceptos básicos en nuestra alocada evolución. Un tiempo de transformación ajeno a la cultura entendida como elemento secular del progreso.

Cultura que, por cierto, “no es un bien que se pueda comprar ni transmitir como quien recoge la información en un lápiz de memoria para verterla en otro ordenador”, argumenta Ramon. O sea, para él la cultura no es solo un producto de consumo más, a pesar de las nuevas tendencias museísticas pensadas para fijar titulares simples en los conocimientos generales del visitante masivo. De poco sirven si no invitan después a profundizar lo visto, ya fuera de las salas. Tampoco será por falta de acceso a la información que llevamos en el bolsillo. Allí donde “se desmaterializa almacenándola en un mundo ajeno, la nube, al que se accede mediante pantallas planas”.

Y añade: “La cultura es una conquista. Es el resultado de un largo proceso de aprendizaje a través de un triángulo cuyos tres vértices son la curiosidad, la pasión y el rigor”. Redefinición que suena a lamento por aquello que vamos perdiendo por el camino.

El libro de Artur Ramon es una suerte de redención a la que hay que dar la bienvenida, porque nos sirve de guía para aprender muchas cosas, más allá de los quince dibujos convertidos en una gran excusa. Y así, entrelazando anécdotas personales con páginas de la historia, memoria con un cercano academicismo, profesionalidad con una descripción siempre minuciosa del motivo artístico que le inspira, nos insta a no cejar en el empeño del noble deseo de querer aprender siempre y no darnos nunca por satisfechos.

Es esa curiosidad innata, revestida de lecturas acumuladas, la que le permite fantasear trasladándonos al taller de Miguel Ángel, por ejemplo, y recorrerlo como si lo viéramos. O imprimir un toque fetichista al placer de contemplar los dibujos originales de los grandes maestros. Unos más conocidos que otros, pero todos ellos magos que nos descubren su intimidad a través de sus obsesiones.

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