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Catástrofes, subdesarrollo y geopolítica

Que el rey Mohamed VI haya tardado en aparecer y que restrinja la ayuda exterior son muestras de debilidad

Segundo día del devastador terremoto en Marruecos

Segundo día del devastador terremoto en Marruecos

En menos de 72 horas, un terremoto devastador ha provocado la muerte de casi 3.000 personas en Marruecos y unas inundaciones bíblicas causadas por el ciclón Daniel han matado a más de 5.000 en el este de Libia, donde hay miles de desaparecidos. En otros tiempos, hubiésemos cargado ambas tragedias a los caprichos de la naturaleza. Hoy sabemos que los fenómenos meteorológicos cada vez más extremos tienen causas que poco tienen que ver con el azar y que los daños provocados por un terremoto tienen tanto que ver con la intensidad del sismo como con la capacidad de reacción tras la catástrofe y la solidez y preparación de viviendas e infraestructuras. 

No era el caso de las viviendas del Atlas marroquí. Tampoco era el caso de las dos presas que han cedido en el este de Libia, llevándose por delante una cuarta parte de la ciudad de Derna. Conocemos la devastación que el ciclón Daniel provocó en Grecia, pero la mejor preparación de este país evitó la catástrofe. En Marruecos y en Libia, el número de víctimas es atribuible tanto a las difícilmente previsibles sacudidas de la tierra (en Marruecos es sísmicamente mucho más activa la zona norteña del Rif que la azotada por este último terremoto) y a los fenómenos atmosféricos que extrema el cambio climático como al subdesarrollo, la falta de previsión y la desigualdad monstruosa que padecen ambos países. 

Ambas catástrofes también han dejado al desnudo los límites de la democracia en el Magreb y han mostrado hasta qué punto los compromisos geopolíticos condicionan la ayuda internacional y limitan su eficacia. Que el rey Mohamed VI no haya aprecido ante su pueblo hasta cuatro días después del desastre resulta incomprensible. Una dejación de responsabilidades que además ha condicionado la actitud de todos los altos cargos que no estaban autorizados a intervenir hasta que lo hubiese hecho el monarca. Semejante actitud resulta impropia de un país que aspira a transitar hacia cotas más elevadas de democracia. Como también resulta incoherente autorizar solo la ayuda de cuatro países, entre ellos España, excluyendo a otros dos tan cercanos como Francia y Argelia, cuando los esfuerzos de asistencia están quedando muy por debajo de las necesidades de las poblaciones afectadas. Con su incapacidad de dejar de lado consideraciones geopolíticas para hacer frente a una desgracia, Marruecos da muestras de debilidad, no de fortaleza.

En cuanto a Libia, sería de esperar que el drama padecido sirviera para superar el ostracismo y el olvido en el que Europa y Occidente han dejado el país, desde la caída del dictador Gadafi que propiciaron. No será fácil, pues Libia no existe. Se encuentra dividida entre la Tripolitania y la Cirenaica, con gobiernos que la comunidad internacional no ha conseguido reconciliar. Poco antes del diluvio, el hombre fuerte del Este, donde se ha producido el desastre, Khalifa Haftar, recibió una delegación militar rusa para abordar la situación de las milicias de Wagner que le han ayudado a luchar contra los yihadistas y a asegurar la extracción del petróleo. En estas circunstancias, es más que probable que la búsqueda de las víctimas y la reconstrucción estén condicionadas, también, por la geopolítica y, en caso de Libia, por el acceso a su petróleo.