El desliz
Pilar Garcés

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Periodista

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Menos Rubiales y más Icetas

El ministro de Deportes, y  después de él el presidente del Gobierno, han demostrado que un hombre puede ser más feminista que una mujer

El beso de Rubiales a Jenni Hermoso: "No fue un pico de amigos, sino acoso de un jefe"

Iceta insta a Rubiales a "dar explicaciones y pedir excusas" por el "inaceptable" beso a Jenni Hermoso

Luis Rubiales, con Jennifer Hermoso

Luis Rubiales, con Jennifer Hermoso

Hay gente que está en las antípodas incluso cuando está en las antípodas. Andan las futbolistas de la selección en plena gesta deportiva, con el país pendiente de ellas y en el palco parte de una Familia Real donde las mujeres son mayoría, y un señoro les quita el foco. Ya no tiene remedio. Su copa de campeonas del mundo queda irremisible e internacionalmente unida al beso sin permiso del presidente de la federación española, Luis Rubiales, a la jugadora Jenni Hermoso. Mucho habrán tenido que luchar las chicas para alcanzar la gloria en semejante compañía machirula, se merecen otra estrella.

La capacidad de agarre del directivo, que lo mismo se agarra los huevos a medio metro de la infanta Sofía para celebrar una victoria de ovarios, que le agarra con sus dos manos la cabeza a una mujer para atizarle un ósculo improcedente como en una película porno, está todavía por apreciarse en toda su magnitud. De momento, sigue enganchado al clavo ardiendo de su espontaneidad inocente porque se debe creer que le están escuchando los tertulianos de los programas deportivos de madrugada, y no toda una nación avergonzada. Su disculpa por comportarse «sin mala fe, desde ninguna de las dos partes» está a un chupito de sostener que la culpa fue de Jenni, por incrustar su morro en el del jefe. 

Nadie nos va a librar de los babosos y los metemanos. Al nacer mi niña preciosa una gran mujer me dio un consejo: «Apúntala a artes marciales». Efectivamente, el rodillazo en esas partes que Rubiales se aferraba con tanto fervor a escasos metros de la Reina Letizia hubiera sido el más genuino, puro y atinado acto de autodefensa. Sin embargo, todas las que en algún momento se han visto acosadas, manoseadas o presionadas por un superior jerárquico coincidirán conmigo en que casi nunca es posible. Por parálisis en el momento, o por miedo a las consecuencias. De manera que lo único que queda es rezar para que el patán en cuestión tenga a su vez por encima o a su nivel de poder a alguien con sentido de la justicia y la decencia.

En este caso, hemos tenido la suerte de que el ministro de Deportes, Miquel Iceta, no se tragara la rueda de molino con que el presidente de la Federación saldó en un primer momento las críticas, «es un pico de dos amigos, no hagamos caso a los tontos y a los idiotas». Censuró su comportamiento y le exigió una disculpa clara e inmediata. Podría haber hecho como su compañera, la ministra de Defensa Margarita Robles, que mostró su disgusto, pero «lo que pasa es que yo creo que tiene que ser la propia interesada la que diga cuál es su situación, cómo se sintió».

Iceta, y después de él el presidente Pedro Sánchez, han demostrado que un hombre puede ser más feminista que una mujer, porque al margen del recorrido penal, y de cómo se sintió la víctima de un claro abuso de poder (abrumada por el revuelo, atemorizada por el futuro de su carrera profesional, deseando pasar página) está la obligación del Gobierno de hacer todo lo que esté en su mano para perseguir en la vida pública comportamientos infumables que han merecido un reproche social absoluto. Sacar la tarjeta roja cuando toca, que dirían algunos, y no dejar a la joven sola con el peso de un castigo ejemplarizante a su agresor.

Veo a Rubiales alargando el partido con triquiñuelas de mal jugador, a ver si se calma el gallinero y los gallos que él ha digitado al mando del fútbol le dejan ganar. Pero la Federación Española se apellida Real, de manera que ahí arriba hay un árbitro que a lo mejor puede pitar a favor de las mujeres.

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