Un corte de mangas al mundo

¿Es la peor película de Roman Polanski un acto de sabotaje?

Incluso si ‘El palacio’ es considerada un acto de terrorismo, es descorazonador que un cineasta cuya filmografía incluye un buen puñado de títulos imprescindibles pueda poner fin a su trayectoria profesional -tiene 91 años- con una película tan execrable.

El director de cine Roman Polanski.

El director de cine Roman Polanski.

Nando Salvà

Nando Salvà

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hay quienes opinan que Roman Polanski no debería gozar del privilegio de hacer películas, estrenarlas y hasta ser premiado por ellas porque está probado que mantuvo relaciones sexuales ilegales con una menor -él mismo se declaró culpable de ello, antes de convertirse en fugitivo de la justicia estadounidense- y porque posteriormente ha sido acusado de varios abusos sexuales más. Otros, al contrario, consideran absurdo que el cineasta polaco sea sometido a la censura artística simplemente porque parte de su comportamiento en el ámbito privado sea censurable. Unos y otros, en cualquier caso, sin duda se pondrían fácilmente de acuerdo en una cosa: Polanski no debería haber rodado su 23º largometraje, que este viernes se ha estrenado en España y que, según la opinión prácticamente unánime de la crítica, es el peor de toda su carrera.

‘El palacio’ es una comedia ambientada en el Gstaad Palace, un hotel de lujo de los Alpes suizos en el que un grupo de ricos, nobles, famosos y mafiosos pasan la Nochevieja de 1999, y a juzgar exclusivamente por ese dato es fácil hacer varias suposiciones sobre ella: la primera, que es una sátira dirigida contra la clase pudiente y tal vez relacionada con la histeria colectiva generada en su día por la amenaza tecnológica conocida como ‘Efecto 2000’ -Polanski lleva medio siglo visitando ese hotel-; la segunda, que conecta de algún modo con las ficciones previas del director que componen la llamada Trilogía del Apartamento -’Repulsión’ (1965), ‘La semilla del diablo’ (1968) y ‘El quimérico inquilino (1973)- y que orquestan una serie de comportamientos dementes en el interior de un espacio habitacional.

Una escena de 'El palacio', ambientada en Gstaad.

Una escena de 'El palacio', ambientada en Gstaad. / EPC

Islamofobia, rusofobia y misoginia

Sin embargo, la película es otra cosa: un demoledor muestrario de fealdad y vulgaridad a la altura de una gala televisiva de Fin de Año protagonizada por Los Morancos, de chistes de vómitos, eructos y cacas de perros alimentados con caviar, de ‘gags’ a costa de gente obesa, señoras adictas a la cirugía plástica, ancianos que usan Viagra y personas enfermas de Alzheimer, de exhibiciones de islamofobia, rusofobia y misoginia apenas disfrazadas de humor; en una de sus escenas, Mickey Rourke -o lo que queda de él tras sus excesos con el bisturí- abre una botella de champán el corcho le arranca la peluca; en otra, que funciona a modo de broche de oro, un chucho tiene sexo con un pingüino. Por si semejante descripción deja lugar para la duda, aclaremos: ‘El palacio’ no tiene la más mínima gracia.

Quizá no esté de más recordar que, aunque muchos de los thrillers psicológicos que ha dirigido contienen dosis mayores o menores de certero humor negro, Polanski nunca ha mostrado buena mano con la comedia; sus otras incursiones de lleno en el género, ‘El baile de los vampiros (1967), ‘¿Qué?’ (1975) y ‘Piratas’ (1986), sin duda figuran entre lo peor de su filmografía. Sin embargo, las tres son obras maestras si se comparan con ‘El palacio’. Y que su coguionista sea Jerzy Skolimowski, con quien Polanski ya escribió su opera prima, ‘El cuchillo en el agua’ (1962) -nominada al Oscar en su día-, hace que la nueva película resulte aún más inexplicable.

Un corte de mangas al mundo

Teniendo eso en cuenta, y considerando el orgullo y la satisfacción con el que luce su propia zafiedad, resulta inevitable considerarla un acto deliberado de sabotaje, un corte de mangas al mundo en general y al del cine en particular -a los productores que la han financiado, a los distribuidores que la compraron a ciegas, a los espectadores que cometerán la insensatez de pagar por verla- por parte de un hombre que lleva décadas sintiéndose víctima de una persecución, y cuyo probable rencor debió de alcanzar su cota máxima cuando el premio César a la Mejor Dirección obtenido gracias a su largometraje inmediatamente anterior, El oficial y el espía’, provocó un escándalo aderezado de abucheos, dimisiones y protestas callejeras.

Y no está de más recordar que aquella película -una obra convencida de su propia calidad y su importancia, justo el tipo de cine contra el que ‘El palacio’ parece reaccionar- ya tiene mucho de mensaje de Polanski contra sus detractores; en ella, el director cuenta la historia de Alfred Dreyfus, un capitán del ejército francés que fue condenado injustamente por espionaje y alta traición en 1895 por culpa del antisemitismo y la corrupción institucionales, y es obvio que establece paralelismos entre aquel caso y el suyo propio: tanto él como Dreyfus fueron sometidos a procesos penales irregulares y situados en el centro de juicios paralelos y linchamientos públicos, y los dos vieron cómo sus respectivas carreras profesionales eran dañadas de por vida.

Incluso si ‘El palacio’ es considerada un acto de terrorismo, es descorazonador que un cineasta cuya filmografía incluye un buen puñado de títulos imprescindibles pueda poner fin a su trayectoria profesional -tiene 91 años- con una película tan execrable. Sin embargo, corre el rumor de que Polanski -que se enfrentará el próximo año a un juicio civil por violación a una menor en 1973- ya está preparando un nuevo largometraje. Resulta inimaginable lo lejos que puede llegar con él -hacia abajo, se entiende- si decide usarlo para seguir orinándose sobre su legado.

Suscríbete para seguir leyendo