En los próximos 45 años

Los conflictos del mañana: una enorme tentación para recurrir a métodos violentos

Multimedia | De 1978 a 2023: De las armas de precisión a los drones: ¿cómo ha cambiado la guerra?

ESPECIAL 45 AÑOS FUTURO GUERRA

ESPECIAL 45 AÑOS FUTURO GUERRA

Jesús A. Núñez Villaverde

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Cuando se toma conciencia sobre las tragedias humanas y los desastres físicos que provocan los conflictos violentos es tentador salirse de la realidad y pronosticar que muy pronto todos ellos terminarán y daremos paso a un mundo en paz. Pero no solo la historia se ha encargado de invalidar brutalmente ese tipo de augurios, sino que no hay ningún clavo al que agarrarse para argumentar que así va a suceder en el futuro inmediato.

Por un lado, el gasto militar mundial no hace más que aumentar desde hace ocho años. En 2022 llegó hasta los 2,24 billones de dólares, con Estados Unidos acaparando el 39%, lo que sumado a China y Rusia supone el 56% del presupuesto mundial. A eso se suma el compromiso de los miembros de la OTAN para llegar al menos al 2% del PIB dedicado a defensa a finales de esta década, más el efecto de la guerra en Ucrania (que se adivina larga), la competencia geoestratégica entre EEUU y China, el impulso armamentístico prooccidental en buena parte de Asia ante la emergencia de Pekín y las rivalidades por la hegemonía regional entre Irán y sus vecinos o entre Marruecos y Argelia. Por eso, sin caer en ningún tipo de automatismo, es elemental entender que esa tendencia alcista hace más probable el uso de las armas, aunque sólo sea aplicando lo de que “para quien solo tiene un martillo todo se convierte en puntas que hay que clavar”.

Por otro, el desarrollo tecnológico aplicado a este campo está añadiendo nuevos artefactos mortíferos que, con el falaz retruécano de lograr “bajas cero” (las propias, por supuesto), se traducen en medios tan sofisticados como las armas autónomas, que no necesitan intervención humana para eliminar los objetivos que ellas mismas decidan. Armas de todo tipo, incluyendo las de destrucción masiva, al alcance tanto de actores gubernamentales como privados, en un escenario de preocupante privatización de la seguridad en el que proliferan mercenarios, terroristas y grupos armados anónimos que entienden la violencia como un modo de vida.

Una falsa creencia

Hasta la invasión rusa de Ucrania se había asentado la falsa creencia de que ya no habría más guerras convencionales de alta intensidad entre Estados, acostumbrados a un panorama de una treintena de conflictos intraestatales más o menos encapsulados. En paralelo, ha ido cobrando peso la dinámica de confrontación que define las relaciones entre Washington, que busca a toda costa preservar su posición de líder mundial, y Pekín, que parece dispuesto a tomar el relevo. De esos dos factores se deriva que la agenda de seguridad se hace aún más compleja, con cada vez más actores preparándose para atender a toda la gama de violencias imaginable: de un holocausto nuclear a una guerra convencional a gran escala, pasando por los ciberataques, la violencia de las maras y bandas criminales implicadas en todo tipo de comercios ilícitos, la guerra híbrida, el terrorismo internacional… En otras palabras, no se vislumbra que vaya a desaparecer ninguna de las modalidades de violencia ya conocidas, sea cual sea la motivación que las active, sino que a ellas se añaden otras nuevas, con medios aún más letales al serarvicio tanto de agendas nacionales como privadas.

El problema se agrava al comprobar que el entramado legal e institucional para hacer frente a la violencia resulta insuficiente y hasta anacrónico. La ONU ha devenido en una instancia impotente no solo para prevenir el estallido de la violencia, sino incluso para reducirla o eliminarla a posteriori. Y el derecho internacional ha quedado superado por nuevas realidades no reguladas.

Por otra parte, si aceptamos que la brecha de desigualdad entre quienes comparten un mismo territorio (sea una aldea, un país o el planeta) es el más potente factor belígero que existe, concluiremos que entre la voluntad de poder de unos y la desesperación de quienes sienten que se quedan atrás, al no poder satisfacer sus necesidades básicas y ejercer sus derechos más elementales, seguirá habiendo una enorme tentación para recurrir a métodos violentos.