De las armas de precisión a los drones: ¿cómo ha cambiado la guerra?

Por Ricardo Mir de Francia / Diseño: Andrea Zúniga

La guerra es inmutable, acompaña al ser humano desde el principio de los tiempos, lo que cambia constantemente, es la forma de hacer la guerra y sus actores. Y en los 45 años transcurridos desde la fundación de EL PERIÓDICO, la guerra entre estados como los que protagonizaron las dos contiendas mundiales ha dejado de ser el modelo dominante, con notables excepciones como la guerra Irán-Irak o la actual entre Rusia y Ucrania. En cambio, han seguido proliferando los conflictos internos, a menudo internacionalizados con apoyo externo, así como las guerras entre potencias extranjeras y grupos armados no gubernamentales, desde guerrillas de todo pelaje hasta milicias yihadistas. Tampoco se han cumplido los vaticinios que auguraban una prolongada estabilidad tras el final de la Guerra Fría y la victoria del capitalismo de corte anglosajón.

En paralelo a los cambios en la tipología de los conflictos, la innovación tecnológica ha buscado reducir al mínimo la presencia de soldados en el teatro de batalla para minimizar las bajas en el bando propio. La Guerra del Golfo (1990-1991) fue la primera en la que se utilizaron de forma masiva las llamadas bombas de precisión, desde misiles guiados por láser a misiles de crucero, también utilizados por la OTAN en Bosnia y Kosovo o por Rusia en Siria y Ucrania. 

A partir de 2001 y el inicio de la "guerra contra el terror", como se llamó la batalla planetaria de EEUU y sus aliados contra el yihadismo, los drones adquirieron protagonismo para convertirse en un ingrediente esencial de la guerra moderna, bastante más decisivo que los ciberataques, otra de las herramientas de nuevo cuño para neutralizar al rival sin mancharse las botas de sangre. Pero como se ha demostrado en Ucrania, una guerra más propia de la primera mitad del siglo XX, con sus cientos de kilómetros de trincheras y el constante martilleo de la artillería, o como se vio en Siria, con sus ciudades sitiadas como en el Medievo, el progreso en la guerra es un oxímoron y ni la más avanzada tecnología ha logrado minimizar la destrucción que causan los conflictos armados. 

Sin ir más lejos, 2022 fue el año más sangriento desde el genocidio de Ruanda en 1994, según Naciones Unidas, un drama propulsado por Ucrania, pero también por la guerra ya cerrada en el Tigray etíope.
De todas las víctimas actuales, el 90% son civiles, de acuerdo con la Cruz Roja, un porcentaje que vuelve a poner de manifiesto la futilidad del armazón legal levantado por el derecho internacional humanitario en los últimos 150 años.

Y en los próximos 45 años...

'Los conflictos del mañana: una enorme tentación para recurrir a métodos violentos', por Jesús A. Núñez Villaverde

Un reportaje de EL PERIÓDICO

Textos:
Ricardo Mir de Francia
Diseño e ilustraciones:
Ricard Gràcia y Andrea Zúniga
Coordinación:
Rafa Julve, Ricard Gràcia y Iosu de la Torre