Elecciones 23J
Andreu Claret

Andreu Claret

Periodista y escritor. Comité editorial de EL PERIÓDICO

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'Benvolgut president (Puigdemont)'

Sánchez se juega mucho en este trance. Usted se lo juega todo. Si me volviera a preguntar cómo veo las cosas, como hizo hace seis años, le volvería a recomendar que no se deje llevar por las soflamas de algunos

Puigdemont avisa a Sánchez que no cederá a ningún "chantaje político"

Puigdemont avisa a Sánchez que no cederá a ningún "chantaje político"

Nunca olvidé el encuentro que tuve con usted, a principios de septiembre de 2017, pocos días antes de las fatídicas jornadas del 6 y 7 en las que el Parlament de Catalunya decidió tirar por el camino de en medio, amparado por un artilugio jurídico esperpéntico, aquel célebre ‘de la ley a la ley’. Durante aquel encuentro, en el que participamos algunas personas con cierta experiencia internacional, usted nos anticipó la decisión y nos preguntó cómo iba a ser recibida la idea en Europa. Eran tiempos de exaltación y de aquellos miedos atávicos, muy nuestros, a ser tildado de 'botifler', con lo que la mayoría le animaron a seguir adelante. Solo unos cuantos le recordamos que la llamada vía unilateral era contraria a los fundamentos de la Unión Europea. Por razones de mi trabajo profesional, yo había recorrido durante siete años los pasillos de la Comisión, del Consejo y del Parlamento, y la idea que usted nos expuso me pareció una barbaridad. Se van a estrellar contra un muro porque Bruselas es el imperio de la ley, le respondí. Añadí que el derecho a decidir de Catalunya había generado algunas simpatías (según cómo se concretase), pero que pasarse la Constitución por el forro no iba a suscitar adhesiones. Le recuerdo escuchando mis argumentos con un interés que no me pareció fingido. Al despedirnos me preguntó, con un fondo de angustia, ¿qué crees que van a hacer? (el Estado). Lo que sea necesario, le contesté. ¿Por qué no aplaza la decisión? Me atreví a sugerir, ante lo que se nos venía encima. La gente nunca lo aceptaría, fueron sus últimas palabras. 

Luego, pasó lo que pasó. Con su mezcla de inacción política y estúpida brutalidad, el Gobierno de Mariano Rajoy facilitó el incendio, y ustedes entraron a un trapo que conducía al matadero. A quienes le llamaron durante aquellos días aciagos de octubre, con más autoridad que la mía, desde Euskadi o desde Bruselas, sugiriéndole dar un paso atrás, siempre respondió lo mismo: la gente se nos echaría encima. El resultado de hacer caso a los más aguerridos es conocido: choque, represión, condenas, cárcel, y para usted el ostracismo. Lo peor fue que Catalunya quedó dividida y traumatizada, y que las derechas españolas creyeron haber encontrado un inagotable filón electoral. Por fortuna, las elecciones del 2019 llevaron a Pedro Sánchez a la Moncloa. Sánchez hizo frente a la mayor campaña de mentiras, bulos, e insultos que ha conocido jamás un presidente, pero tuvo los arrestos de conceder indultos a los condenados por el Tribunal Supremo y de abrir un diálogo tan frágil como necesario con el Gobierno de la Generalitat. Cuando parecía que lo tenía todo perdido, las últimas elecciones han vuelto a dejar abierta la posibilidad de seguir por aquel camino de concertación. 'In extremis', y con una novedad que no es menor: depende de usted que no vayan a repetirse las elecciones.  

Sánchez se juega mucho en este trance. Usted se lo juega todo. Si me volviera a preguntar cómo veo las cosas, como hizo hace seis años, le volvería a recomendar que no se deje llevar por las soflamas de algunos. Que la derecha y la extrema derecha hayan estado en un tris de llegar al poder llama más bien a la prudencia. Ustedes, los independentistas, también se han dejado por el camino miles de votos. No es el momento de soñar en lo que no sale de los números, ni de volver a repetir los errores de antaño. Es el momento de la fineza política, de acuerdos de mínimos para superar el trance. ¿A cambio de qué? De nada, si hablamos de aquello que no encaja en la Constitución. De mucho, si atendemos al valor político que tendría un acuerdo que permita la investidura del presidente del Gobierno español con los votos de todos los nacionalistas catalanes. Por su carga simbólica, un acuerdo de esta naturaleza pondría de manifiesto que la persistencia de un expresidente catalán en Waterloo es una aberración. Soy hijo del exilio, y aunque su situación no puede compararse con la que sufrieron mis padres, comprendo su irritación frente al vocerío de quienes le atacan para ganar un puñado de votos. Que no hayan ganado supone una victoria para toda la sociedad catalana y para una democracia como la española, que solo encontrará su fuerza en la magnanimidad. 

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