Modelo económico

Decrecimiento, no gracias

La reducción drástica de la producción y el consumo puede aumentar el paro y poner en peligro el Estado del bienestar

El colapso de la población acecha a la sociedad humana.

El colapso de la población acecha a la sociedad humana. / Gerd Altmann en Pixabay.

Oriol Amat

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Desde hace unos años, en determinados ámbitos se propone el decrecimiento económico como alternativa a la situación insostenible a la que hemos llegado. Coincido con el diagnóstico de la situación de emergencia climática y social, y que hay que actuar urgentemente.

Los defensores del decrecimiento proponen reducir la producción y el consumo para mejorar el bienestar de las personas y salvar el planeta. Pero el decrecimiento puede generar problemas importantes. Para empezar, hay que reconocer la dificultad de modificar drásticamente los hábitos de consumo y si la población mundial crece a un ritmo del 1,1% anual, una reducción de la producción generará más demanda insatisfecha y una reducción de la renta de la población. También aumentará el paro, que hoy ya es inaceptable. Una empresa que voluntariamente reduzca sus ventas tendrá que despedir personas y reducir los salarios.

Y desde el punto de vista del país, si no cambia radicalmente el sistema fiscal, se reducirá la recaudación de impuestos, poniendo más en peligro el Estado del bienestar, que ya lo tiene difícil con el incremento acelerado de las pensiones y el gasto sanitario y social. Todo esto puede generar más inestabilidad y más incertidumbre en la economía.

También hay defensores del decrecimiento que creen que hay que cambiar a un sistema comunista, pero la realidad es que, normalmente, los países que han adoptado este sistema se han transformado en dictaduras con mucha violación de derechos humanos y represión política. Tienen unas élites que viven con grandes privilegios comparados con la mayoría de la población. Esto explica que la gente que puede huya a otros países. Y, además, acostumbran a estar entre los países que más maltratan el medio ambiente. En cambio, a pesar de que hay países con capitalismo salvaje donde hay mucha pobreza, los países que generan más bienestar tienen economías de mercado.

Como el decrecimiento puede generar problemas muy graves, apostamos por el crecimiento económico para aumentar la riqueza, la ocupación y la calidad de vida. Los incentivos para crecer pueden estimular la I+D y la innovación para mejorar muchos ámbitos de la vida. Pero se trata de ver cómo podemos gestionar los recursos limitados del planeta de manera más sostenible y socialmente más justa. La solución es crecer diferente. Hace falta un crecimiento sostenible para hacer frente a la emergencia climática, la pérdida de biodiversidad y la escasez de recursos.

Y el crecimiento tiene que ser socialmente más justo, para combatir la desigualdad y la exclusión social. Este crecimiento diferente requiere cambios sustanciales. Por ejemplo, hay que priorizar los indicadores que miden la calidad de vida de la población y del planeta, como el Índice de Progreso Social que mide la Unión Europea, y que considera temas como el medio ambiente, la educación, la salud y la calidad de vida. O la Felicidad Nacional Bruta que calculan en Bután. Y tenemos que dar menos relevancia al PIB que solo mide la actividad económica. El PIB mundial no para de crecer, pero en el mundo viven 1.600 millones de pobres, según la ONU.

La dimensión social y medioambiental tiene que formar parte de cualquier decisión económica. La Unión Europea ya va hacia ahí, pero hay que acelerar y conseguir que el resto del mundo se apunte. Hay que apostar más por la economía social (las cooperativas, las oenegés, las entidades sin afán de lucro) puesto que en su ADN está más presente la dimensión social y medioambiental. Hay que seguir aumentando el número de consumidores que compren teniendo en cuenta el perfil social y medioambiental del producto y la empresa que lo fabrica o comercializa.

Sin duda, los consumidores individuales pueden hacer mucho para salvar el planeta. Y, a través de la educación y la fiscalidad, tenemos que desincentivar el consumismo infinito que es insostenible. Hay que ir hacia una fiscalidad que redistribuya mejor la riqueza porque actualmente quienes más tributan son las clases medias. Y el sector público debe gestionar con más eficiencia y regulando mejor el sector privado. En definitiva, hay una manera mejor de crecer. Hay que crecer pero priorizando el bienestar de las personas y del planeta. Todavía estamos a tiempo.

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