Una cerveza con Silvio

Berlusconi fue precursor de la oleada de populismos que marca por ahora el siglo XXI

Berlusconi, un personaje extremadamente pop

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / Leonard Beard

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

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¿Con quién te tomarías una cerveza? En política, esta es una pregunta clave desde que, en las elecciones presidenciales en Estados Unidos en 2000 se atribuyó en parte la victoria de George Bush sobre Al Gore al hecho de que los sondeos indicaban que la mayoría de los estadounidenses preferirían irse de cañas con el republicano (simpático, campechano) antes que con el demócrata (pedante, estirado, un profeta de desgracias mucho menos popular que Nostradamus). La Beer Question tiene hasta entrada en Wikipedia, y es una forma de medir la simpatía y la autenticidad de un líder. En 2016, por ejemplo, la mayoría de los estadounidenses preferían irse de cañas con Donald Trump que con Hillary Clinton. Así les fue. 

Silvio Berlusconi, sin duda, debió de ser un tipo fantástico con el que irse de cañas. Simpático y carismático, en más de una ocasión manifestó que su éxito se debía a que los italianos (creo que no es arriesgado afirmar que se refería sobre todo a los hombres) lo veían como a uno de ellos: simpático, chistoso, aficionado al fútbol y a la juerga, y qué decir de su visión de las mujeres. Berlusconi ganó Champions,fundó un partido que bautizó como un cántico futbolístico y venció en elecciones. Tuvo la ayuda inestimable de un imperio televisivo que triunfó con un modelo (llamémoslo Mama Chicho) que después exportó con éxito a España. ¿Sus escándalos, corruptelas, condenas judiciales por prostitución de menores, fraude fiscal y corrupción? Pecadillos. ¿Sus políticas como primer ministro? Otra cerveza, por favor. 

Berlusconi fue un precursor del surgimiento de populistas que caracteriza este primer cuarto del siglo XXI. Sus paralelismos con Trump son evidentes (quién sabe hasta dónde habría llegado el 'Cavaliere' en su 'prime' en un mundo de redes sociales) y su impronta puede encontrarse hoy a izquierda y derecha en la forma en que los políticos se relacionan con la sociedad. Porque el Berlusconi político gustará más o menos (su liberalismo, su derechismo, sus formas groseras...) pero, ¿quién no quiere gustar? ¿Qué político no quiere ser percibido como simpático y auténtico, ser el tipo con el que se irían de cañas los electores? ¿Y quién quiere que se le considere aburrido, cenizo, enfadado, pájaro de mal agüero? Que se lo pregunten a Isabel Díaz Ayuso y a Ione Belarra, por ejemplo. 

Para que triunfara un Berlusconi fue necesario un ingente trabajo previo de banalización del discurso público. Lo que convierte su caso en digno de estudio es que él y su imperio televisivo contribuyeron como nadie a ello. Tras él, otro tipo con el que echarse unas risas mientras vas sumando cervezas, Beppe Grillo, fue impulsado del estrellato mediático al político utilizando el mismo trampolín. Los simpáticos y auténticos triunfan en las conversaciones de barra de bar, entre cañas y patatas bravas, y en cambio sufren cuando tienen que organizar un discurso o no digamos una política coherente. Personalmente, de cañas me iría con Bush; pero el encargo de una política contra la emergencia climática (o de gestionar el peor ataque terrorista que jamás sufrió en su territorio Estados Unidos) se lo hubiera dado a Gore. Los problemas empiezan cuando se mezclan ambas cosas. 

La historia de la comunicación de masas está íntimamente relacionada con la comunicación política y la salud del sistema democrático. El mundo del espectáculo creó la política espectáculo, y de ahí surgió Berlusconi. El mundo de las redes sociales creó la política de las burbujas impermeables y los propios hechos, y de este magma brotó Trump. Mientras nos preguntamos con quién nos iríamos de cañas, la conversación pública se degrada. ¿Quieres saber si surgirán populismos y demagogos a izquierda y derecha? Mira sobre qué y cómo se discute en el debate político.

¿Con quién te irías de cañas? ¿Con Ayuso o con Íñigo Errejón? ¿Con Pedro Sánchez o con Alberto Núñez Feijóo? ¿Con Carles Puigdemont o con Salvador Illa? ¿Con Yolanda Díaz o con Irene Montero? La victoria de Silvio Berlusconi es que a nuestros políticos y sus estrategas esta pregunta les parece mucho más atractiva que quién preferimos que nos gobierne en tiempos de guerra o quién creemos que regulará mejor el mercado de la vivienda. No hay dilema del huevo o la gallina: los emisores del discurso político han degradado el mensaje que nos llega a los receptores. Todos aspiran a que los ciudadanos queramos tomar una cerveza con ellos, y nos tratan en consecuencia. Es el gran legado de Silvio: quieren ser como él.

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