Fórmula tóxica

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Berlusconi, un legado populista

El modelo forjado por el exprimer ministro italiano representa un peligro para la cultura democrática

Muere Silvio Berlusconi

Muere Silvio Berlusconi / Alessandro Bianchi / REUTERS

Ningún político italiano de los últimos 30 años ha tenido la influencia de Silvio Berlusconi dentro y fuera de su país, convertido en figura de referencia del populismo ultraconservador mucho antes de que en Europa proliferara tal corriente política y de que Donald Trump llegara a la Casa Blanca. 'Il Cavaliere' fue quien más deprisa y con más éxito supo sacar provecho del desmoronamiento del sistema de partidos surgido en Italia al final de la Segunda Guerra Mundial. Bastante del universo político que hoy sustenta al Gobierno de Georgia Meloni es consecuencia directa de su legado, donde concurren el uso intensivo de la política como espectáculo, el control de los medios –primero la televisión, luego también las redes sociales–, la sobreabundancia de recursos mediante una gran fortuna personal y la utilización eficaz de grandes golpes de efecto para cautivar a la opinión pública.

El nacimiento de Forza Italia sirvió a Berlusconi para disponer de una máquina de poder que le permitiera agrupar a las fuerzas dispersas de la derecha. Tras su desaparición temporal de la escena, la progresiva erosión del voto de centroizquierda y las crisis encadenadas por los herederos del Partido Comunista, más la aparición fulgurante y ahora en claro retroceso del Movimiento 5 Estrellas, un populismo antisistema de éxito limitado incapaz de gestionar sus contradicciones le dio una segunda oportunidad. Esta vez como un componente de un espacio consolidado tras la aparición de La Liga y el surgimiento de Fratelli d’Italia, partido heredero del posfascismo que en su día representó el Movimiento Social Italiano. Importa poco que Forza Italia carezca en el presente de la presencia institucional que tuvo en el pasado porque lo realmente relevante es que ha conseguido que arraigue en el espacio político que ahora gobierna una forma de entender la política en la que todo se relativiza: la colusión del interés público y del privado, la intromisión del crimen organizado en los diferentes peldaños de la Administración, la corrupción estructural y tantos otros rasgos característicos de un modelo político en cuyo seno Berlusconi nadó como pez en el agua. En el modelo forjado por el primer ministro con más años en el cargo desde Benito Mussolini hay un ingrediente de toxicidad, una fórmula para sacar partido a sentimientos primarios, el objetivo de encarnar y exaltar los rasgos más tópicos y simplistas de la forma de ser de los italianos, como escribió en su día Umberto Eco.

Esa adulteración de la función de la política, en la que destaca la figura de Antonio Tajani para suceder a Berlusconi al frente de Forza Italia, representa un peligro cierto para la cultura democrática en Europa. La mejor vara de medir de tal riesgo es el elogio que Vladímir Putin ha dedicado a Berlusconi, pero también la capacidad demostrada de la extrema derecha de contaminar los comportamientos políticos. Basta recordar las veces en las que el exprimer ministro puso en duda la labor de los jueces, a quienes llegó a acusar de dar un golpe de Estado cuando lo inhabilitaron en 2013 por fraude fiscal. Más o menos lo mismo que ahora hace Trump, en la estela de Berlusconi, al decirse víctima de una caza de brujas, y movilizar multitudes. Eso también forma parte de la herencia que deja.