Berlusconi, un personaje extremadamente pop

El expresidente italiano no fue un extraterrestre, sino que tuvo un consenso popular innegable, profundo

Muere Silvio Berlusconi

Muere Silvio Berlusconi / Stefano Rellandini / REUTERS

Paola Lo Cascio

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La noticia es rara: todo el mundo sabía que tarde o temprano fallecería, y a la vez, todo el mundo se había acostumbrado a considerarlo como un elemento del paisaje, en cierta manera inamovible. Se está hablando aquí de la muerte de Silvio Berlusconi, que fue durante más de una década presidente del gobierno de Italia y durante casi tres un personaje que ha marcado a fondo la vida política y cultural del país.

No se entrará aquí a diseccionar en detalle las etapas más importantes de su trayectoria. Recordar solo que ganó unas elecciones generales en 1994 aparentemente por sorpresa, en un país cuyo sistema político surgido de la reconstrucción democrática después de la Segunda Guerra Mundial se había literalmente fundido por los casos de corrupción; que, de 2001 a 2011, salvo pequeñas interrupciones, fue prácticamente hegemónico, y que, a partir de entonces, intentó orientar y condicionar una reconstrucción del centro derecha y de las derechas en Italia en la cual los actores dominantes ya empezaban a ser otros.

De su legado se podrían decir muchísimas cosas. Aquí se rescatan dos, básicamente porque tienen que ver con el presente. La primera tiene que ver con su apuesta por la normalización de las culturas políticas procedentes del neofascismo. Berlusconi fue el primero, en 1993, en una de sus primeras valoraciones políticas públicas, en respaldar la candidatura a alcalde de Roma de Gianfranco Fini, en ese momento aún secretario general del Movimento Sociale Italiano, el partido que a lo largo de las décadas había atesorado la herencia del fascismo italiano. Pocos meses después el partido de Fini entraba en el primer gobierno encabezado por Berlusconi. En cierta manera, se podría decir que la hegemonía de Meloni hoy no se explicaría sin esa normalización de hace ya 30 años. El segundo elemento determinante de su legado tiene que ver con una suerte de trumpismo 'avant-la-lettre', basado en muchas ideas-fuerzas que alimentarían las que hoy en día llamamos batallas culturales. La desconfianza hacía lo público (que se transforma en justificación de la evasión fiscal); la conceptualización de las migraciones como problema; evidentemente, una concepción de las relaciones entre los géneros que (en la obscenidad festiva de la televisión de las 'mamachichos'), dibuja una cosificación de las mujeres (y, de paso, un desprecio hacia las opciones sexuales no normativas) más que intolerable. 

Sin embargo, Berlusconi no fue un extraterrestre, sino que tuvo un consenso popular innegable, profundo. Un encantador de serpientes con una capacidad asombrosa de generar cercanía con sectores amplísimos de la población. Un producto extremadamente pop, del cual las izquierdas no supieron ver ni contrarrestar la envergadura. Se quedaron durante mucho tiempo en la denuncia de su corrupción (que es cierta) y en un airado menosprecio de toda su propuesta política y cultural por burda y simplona. Sin entender, probablemente, que el efecto que obtuvieron fue en definitiva el de hacer sentir menospreciado el conjunto de su electorado. Cabe esperar que ahora cuando se hace imprescindible contrarrestar la herencia envenenada de Berlusconi todas tengamos más tino.

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