Análisis

Apertura contra caparazón

Un camión cada dos minutos: las obras del Camp Nou y la L9 ponen a prueba el tráfico en Barcelona

El calendario de las obras del Camp Nou: seis meses intensos hasta finales de 2023

'Render' Camp Nou

'Render' Camp Nou

Juli Capella

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En 1957, diez años después de inaugurado el estadio Santiago Bernabéu, abrió sus puertas el Camp Nou, con un diseño realmente innovador. Enseguida quedó claro que aquí imperaba otra sensibilidad arquitectónica. Con el paso de los años ambos estadios han ido sufriendo –sí, esa es la pablara correcta–, diversas remodelaciones. El coliseo merengue se fue fortificando poco a poco, hasta parecer un búnquer grandilocuente. El estadio culé fue haciendo apaños más o menos dignos, en 1989 y 1994, cuando la UEFA prohibió las localidades de pie, y se rebajó el terreno. Pero ciertas zonas demostraban decrepitud, nada congruente con el espíritu del Barça y la fama arquitectónica de su ciudad. Por eso en 2007 un Jan Laporta on fire, decidió convocar un concurso de remodelación sustancial, que ganó Norman Foster cubriéndolo de escamas de colores, que quedó en stand by.

En 2010 Florentino Pérez decidió también acometer una remodelación de su feudo. Se hizo un concurso en 2014 que ganó el estudio alemán GMP y que está acabándose. Llegará a las 84.000 localidades mientras que el Nou Camp alcanzará 105.000 revalidando su posición como el mayor estadio de Europa y el segundo del mundo. Pero el tema 'rankings' no es sustancial. En el partido arquitectónico que se juega, el nuevo proyecto del Barça gana por goleada al Madrid. En la capital tendrán un proyecto apabullante. De carácter impositivo, de esos que dan miedo cuando te acercas. Un caparazón metálico cerrado, un gigantesco insecto brillante que parece a punto de desmontarse. Con los rasgos cinéticos propios de la arquitectura deconstructivista pasada de moda. Eso sí, tecnológicamente impecable.

'Render' de la reforma del Santiago Bernabéu.

'Render' de la reforma del Santiago Bernabéu. /

Por el contrario aquí ganó una propuesta nada espectacular, pero sí atractiva, afable y original. El concurso fue elaborado por el tándem entre el estudio japonés Nikken Sekkei –fundado en Osaka en 1900, un año después del Barça– en colaboración con Pascual Ausió Arquitectes, quienes sin duda supieron darle el contenido barcelonés, catalán y mediterráneo que rezuma la propuesta.

Consiste en no hacer fachada, no cerrar las gradas, no tapar, sino mostrarse. Unas grandes terrazas a diversos niveles vuelan hacia al ciudad. Formas curvas, simples, abiertas, donde poder aprovechar las vistas. Con un aterrizaje a pie de calle orgánico, fluido y permeable. El proyecto tiene además otras virtudes, como el techo retráctil de 30.000 metros cuadrados con placas fotovoltaicas para generar energía y activar la pantalla circundante en el interior. Y recogida de las aguas pluviales para su aprovechamiento, ejemplo de compromiso medioambiental. Y reto fundamental es integrarse mejor en el barrio de Les Corts. Los vecinos deben ver como la nueva implantación genera más espacio público, mejora problemas de accesibilidad y respeta su vida cotidiana. El Barça ha hecho un esfuerzo y el Ayuntamiento su trabajo, conseguir una entente donde todos salgan beneficiados. Ahora bien, las obras son siempre un engorro, una molestia propia de ciudades densas y con mezcla de usos como la nuestra. Pero apuesto a que valdrá la pena. Siguiendo su estela creativa, Barcelona va a tener uno de los mejores, –da igual que sea el más grande–, estadios de futbol del mundo.

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