La madre de todas las batallas
Hoy la disputa se ventila en la llamada “guerra cultural”; un invento importado de la ultraderecha de EEUU, que nos ha inoculado el virus de la polarización y que aleja cualquier atisbo de debate racional
Carles Francino
Periodista
No es agradable imaginar a alguien troceado. Por eso las estadísticas suelen tener mal apaño si las trasladamos a carne y hueso; pero hagamos un intento: el 28 de mayo, tres personas y media de cada diez renunciaron a votar. Es posible que nos hayamos acostumbrado a que un segmento tan numeroso de la población ignore las citas con las urnas, pero no creo que sea una práctica saludable. Por eso espero y deseo que los anticuerpos que se le suponen a una democracia reaccionen el 23 de julio. Ese día se va a librar la madre de todas las batallas, expresión que popularizó el difunto Sadam Husein en la primera guerra del Golfo. Hoy, la madre de todas las batallas se ventila en la llamada “guerra cultural”; un invento importado de la ultraderecha de Estados Unidos, que nos ha inoculado el virus de la polarización y que aleja cualquier atisbo de debate racional.
La “guerra cultural” es un cajón de sastre -o un arsenal- donde conviven el feminismo, el 'procés', la religión, la familia, los derechos LGTBI, el aborto, la libertad educativa… Montescos contra capuletos. Emociones y sentimientos como munición. Las redes sociales convertidas en tribalismo 4.0. El ADN de esta “guerra cultural”, en realidad una guerra ideológica, invita a convertir al adversario en enemigo. “Sánchez o España” y “Que te vote Txapote” serían dos ejemplos palmarios de esta dinámica en la que Ayuso ha llevado a Feijóo del ronzal durante toda la campaña. Y que ha contado -y contará- con la inestimable caja de resonancia de muchos medios madrileños. Espolear el cabreo para estimular el voto. Y la respuesta de Sánchez, planteando a los españoles si quieren un presidente que esté “junto a Biden o junto a Trump”, confirma que acepta subir al ring bajo esas reglas. Él también busca estimular la indignación. A partir de ahí, como en el boxeo, se puede ganar por KO o a los puntos. Pero además de los cabreados e indignados de cada lado, los tres votantes y medio de cada diez que el otro día se quedaron en casa, posiblemente sean decisivos para ver cómo se reparten los tortazos.
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