¿Cortocircuito en el Elíseo?
Élisabeth Borne puso su cargo a disposición del presidente: “Asumo que soy el fusible”. Al ratificarla como primera ministra, Macron queda en primera línea de fuego
Rafael Jorba
Periodista. Secretario del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
La escena tuvo lugar el jueves16 de marzo en el palacio del Elíseo: la primera ministra, Elisabeth Borne, comunica al presidente de la República, Emmanuel Macron, que no le salen las cuentas para aprobar por la tarde en la Asamblea Nacional la reforma de las pensiones (retrasa de 62 a 64 años la edad de jubilación). La dirección de Los Republicanos (LR) –la derecha posgaullista– ha advertido por teléfono a la primera ministra que solo una treintena de sus 61 diputados serían fieles al acuerdo alcanzado con el Gobierno en el Senado.
Faltaban al menos dos votos. Resignada y abatida, la primera ministra propone al presidente que se utilice la vía del artículo 49.3 de la Constitución para validar la reforma sin votación. El Gobierno compromete así su responsabilidad ante la Asamblea Nacional y la ley se considera adoptada si, en el plazo de 24 horas, no se presenta una moción de censura y es aprobada. Elisabeth Borne pone su cargo a disposición del presidente. “Asumo que soy el fusible”, confiesa ante un reducido grupo de ministros y jefes de filas del macronismo.
El lunes, 20 de marzo, una moción de censura ‘transpartidista”, presentada por el diputado centrista Charles de Courson, decano de la Asamblea Nacional, se queda a solo nueve votos de ser aprobada. Un tercio de los diputados posgaullistas (19 de 61) rompieron la disciplina de voto y se alinearon con el bloque de izquierdas; también la extrema derecha de Marine Le Pen, que había presentado sin apoyos externos otra moción de censura, votó esta iniciativa. La reforma de las pensiones quedaba así validada por la mínima.
Aquella misma tarde se iniciaron manifestaciones de protesta, sin convocatoria alguna, con centenares de detenidos en París. Los sindicatos se desmarcaron de los actos vandálicos que se produjeron en la capital francesa y en otras grandes ciudades, y se fijaron como objetivo la novena jornada de protesta del pasado jueves, día 23. El presidente Macron, en la víspera, rompió su silencio en una entrevista en France 2 y TF1 (primera cadena pública y primera cadena privada del país). No optó por serenar los ánimos; actuó de bombero pirómano.
Macron echó más leña al fuego: ratificó su confianza en la primera ministra y aseguró que la reforma se aplicaría antes de que acabase el año. Con su decisión –no sustituir el fusible quemado–, el presidente queda en primera línea de fuego y, en consecuencia, la crisis política y social francesa puede acabar provocando un cortocircuito en el palacio del Elíseo. Su actitud desafiante ha logrado incluso radicalizar al moderado sindicalista Laurent Berger, secretario general de la CFDT, que le ha acusado de negar la realidad y de mentir.
El presidente, además, cometió el desliz de comparar las protestas con la toma del Capitolio y la sublevación de los bolsonaristas en Brasil: “No se puede aceptar ni a los facciosos y ni a las facciones”. La réplica de una senadora verde: “El presidente considera que el 80% de los franceses (la cifra demoscópica de los que se oponen a la reforma) son unos facciosos y pone a un mismo nivel el asalto del Capitolio para tumbar el resultado de una elección y los manifestantes pacíficos contra una reforma injusta y una democracia maltratada. Alucinante”. El resultado: al día siguiente, más manifestantes y, sobre todo, más jóvenes.
Macron, como editorializaba ‘Le Monde’, ha actuado como si esta crisis fuera ya agua pasada: “Para que el país avance, un presidente debe saber construir consensos. Hasta ahora, no lo ha conseguido”. Puede que Macron tenga la razón técnica en esta reforma –economistas de prestigio como Thomas Piketty no se la dan–, pero como sucedió con la revuelta de los ‘chalecos amarillos’ tiene un déficit político inicial: fue elegido presidente sin haber sido nunca cargo electo, en un país donde los presidentes han sido antes ‘diputado-alcalde’; una escuela política que enseña el arte de la negociación y de la transacción.
Una digresión final para españoles. Alberto Núñez Feijóo contrapuso el jueves en Bruselas la reforma de Macron con la de Pedro Sánchez. Olvidaba que Macron la ha impuesto sin votación para retrasar la edad de jubilación de los 62 a los 64 años, cuando en España está ahora en los 66 años y cuatro meses; olvidaba también que la nueva reforma española se votará en el Congreso, con mayoría parlamentaria y aval de los sindicatos. Más que Bruselas estaba en Babia.
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