Ley del 'sí es sí'

¡Justicia!

La Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual nace con un propósito claro: cambiar el paradigma de la sexualidad machista y androcéntrica vigente todavía hoy en nuestro país

El Supremo se pronunciará en unas semanas sobre la ley del ‘Solo sí es sí’.

El Supremo se pronunciará en unas semanas sobre la ley del ‘Solo sí es sí’. / EP

Sònia Guerra

Sònia Guerra

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Y de repente se vuelve noticia, se convierte en foco mediático, abre boletines informativos y genera artículos de opinión. La prensa dominical parece un monográfico. Es como un sueño hecho realidad. Por fin la agenda feminista en el centro de la agenda mediática, en el centro de la agenda política. Pero no, no es un sueño. Es una pesadilla. Desgraciadamente, cuando algunos medios se hacen eco de la agenda feminista es para minimizar, desautorizar, ridiculizar al movimiento de mujeres. El patriarcado, en su enésima potencia, jaleado por la derecha y la ultraderecha, utiliza cualquier grieta para cuestionar los avances en igualdad efectiva entre mujeres y hombres.

La Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual (en adelante 'solo sí es sí') no es una excepción. El nuevo instrumento legal que pone en el centro la libertad y el deseo de las mujeres no es noticia por lo que nació (proteger a las víctimas), si no para crear alarma en la sociedad en general y entre las mujeres en particular: revisión de condenas, rectificaciones de la ley, la crisis del 'sí es sí'… son algunos de los titulares que han bombardeado a la ciudadanía estos días, mientras que Vox y PP se frotaban las manos, despreocupados de las mujeres, ocupados en desgastar al Gobierno de coalición liderado por Pedro Sánchez.

La ley del 'solo sí es sí' nace con un propósito claro: cambiar el paradigma de la sexualidad machista y androcéntrica vigente todavía hoy en nuestro país. La norma sitúa en el centro de la agenda política el consentimiento, es decir, el deseo femenino. Algo tabú todavía en nuestro país, donde la única libido conocida y reconocida es la masculina. 

La diferencia entre abuso y agresión existente en nuestro Código Penal, antes del 'solo sí es sí', permitía que muchos violadores pudieran ser acusados de abuso, pero no de agresión. Se cosificaba así a las mujeres, no teniendo en cuenta su voluntad sino, simplemente, su resistencia al agresor. Paradojas de la vida, las niñas crecían y llegaban a la juventud con la tesitura de no resistirse ante una agresión para evitar daños mayores o ser acusadas de permitir la agresión si no se resistían lo suficiente. Sea como fuere, por activas o por pasivas, las víctimas se convertían (se convierten todavía) en el imaginario machista popular, en (cor)responsables de la violencia ejercida sobre ellas.

La ley del 'solo sí es sí' dice alto y claro que si no hay consentimiento femenino es agresión. Por ello se tipifican también conductas atentatorias contra la libertad sexual que no estaban recogidas en el Código Penal (de estas novedades no hablan muchos medios de comunicación ni las fuerzas políticas machistas). Nos encontramos, sin duda, ante un cambio de paradigma que pretende poner punto y final a la cultura de la violación existente en nuestro país. Eso es lo realmente transformador si queremos construir una sociedad libre de violencias machistas. 

En unas horas, el Tribunal Supremo unificará doctrina para la aplicación de la norma. La Fiscalía lo hizo el pasado lunes, oponiéndose a rebajar las condenas a los agresores sexuales cuyos castigos estén dentro de la horquilla prevista por ese delito en la nueva norma. Genera controversia afirmar que el sistema judicial adolece de machismo. Pero es así. Basta con comprobar la sentencia de la Audiencia Provincial de Navarra sobre la Manada o que la Audiencia Provincial de Madrid condenase, en julio de 2021, a la pena menor vigente en aquel momento en el Código Penal a un padrastro que había obligado a su hijastra de 13 años a realizarle una felación: ¿no es machista un sistema que entiende que no existe ni violencia ni intimidación en esa situación? Si has contestado afirmativamente a la cuestión, probablemente entiendas por qué en estos momentos algunos jueces se planteen disminuir todavía más la pena; obviando que la nueva ley presume ausencia de consentimiento, cuando la víctima es menor de 16 años.

Es sinónimo de madurez, en este caso democrática, reconocer que el machismo transpira los poros no solo de nuestro sistema judicial sino de nuestra joven democracia. Solo si lo verbalizamos podremos corregirlo y avanzar hacia una democracia plena, en la que los derechos y los deseos, de mujeres y hombres, sean reconocidos por igual. ¡Acabar con el machismo en nuestra sociedad y en el sistema judicial no es solo una cuestión de ideología, es justicia!