Inquietud en el BCE
No quiere que la subida de tipos ahogue a los países del sur. Pero la compra de deuda no seguirá siendo automática. Habrá que controlar más el gasto público
Joan Tapia
Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
El jueves 9 el Banco Central Europeo hizo lo previsto. Confirmó que no compraría nueva deuda de los estados, la que ha financiado el gran aumento del gasto ocasionado por la pandemia, y que en julio subiría un 0,25% el tipo de interés. Pero añadió, porque la inflación está peor de lo previsto, que la subida de septiembre podría ser del 0,50% (en vez del 0,25).
La consecuencia fue una inmediata presión sobre la deuda de los países más endeudados. Primero Italia, que es la economía (salvo Alemania) más tocada por la guerra de Ucrania, tiene una deuda de nada menos que el 150% del PIB (España 'solo' el 118%), y la 'paz Draghi' (el Gobierno de unión nacional) toca a su fin por las próximas elecciones. Y el nerviosismo alcanzó también, aunque menos, a España y Portugal. Los mercados se agitaron. ¿Podíamos estar al inicio de otra crisis del euro? Y El BCE también se inquietó al enterarse por el 'Wall Street Journal' de que la Reserva Federal americana endurecería este miércoles su política subiendo los tipos no un 0,50%, que era lo previsto, sino un 0,75%. ¡La mayor subida desde 1994 tras alcanzar en mayo también la mayor inflación (superior al 8%) desde entonces!
¿Qué pasaría en los mercados europeos si al nerviosismo por la decisión del BCE se unía la alarma de la nueva subida americana? ¿Iban a aumentar más los 'spreads', la diferencia entre el precio de la deuda de los países más fuertes y las de los del sur? ¿Se pasó en Fráncfort de la inquietud al susto? Lo cierto es que la alemana Isabel Schnabel, muy influyente miembro del comité ejecutivo del BCE, ya subrayó el martes por la noche en París que el compromiso del BCE con el euro es fundamental. Y el miércoles la presidenta del BCE, Christine Lagarde, convocó una reunión no prevista, e inusual, de todo el consejo directivo del BCE.
El BCE quería tranquilizar a los mercados y a corto lo ha conseguido al asegurar de forma oblicua (teme extralimitarse) que tiene margen para, en caso necesario, comprar deuda de los países "atacados" a costa de no renovar la de los países más sólidos. Luego, que estudiará un mecanismo para impedir que haya "desorden" entre el coste de la deuda de los distintos países. O sea que va a seguir con el alza de tipos, pero no va a permitir que repercuta negativamente sobre la estabilidad de la zona euro.
Quiere frenar las economías y, al mismo tiempo, ayudar a las más débiles. ¿Misión imposible? Quizás, pero el BCE sabe que tiene que hacerlo y lo ha querido hacer público. No va a cerrar los ojos como ocurrió al principio de la crisis del 2008. Una buena noticia para Italia, España… y hasta para Francia.
Pero la compra de deuda no será gratis como hasta ahora. Será enojoso pedir fondos para financiar la deuda si, al mismo tiempo, no se corrige el déficit público que es el que crea deuda. Una primitiva traducción para España comporta mensajes tanto para el Gobierno como para el PP.
Sánchez no podrá seguir aumentando el gasto social solo porque lo crea justo y conveniente. ¿Se podrán subir las pensiones un 7% o un 8% si en noviembre la inflación está en esos parámetros y los convenios colectivos están en el 3,5%?
Y si gobierna, Feijóo no podrá insistir en que el remedio a los males es bajar el IRPF con carácter general. Menos impuestos comportan, en principio, más déficit y más deuda.
Todo es menos simple y más complejo. Habrá nuevos gastos imparables y se pueden bajar impuestos compensándolo. Pero el gran titular es: menos gasto y no bajar impuestos. Sánchez y Feijóo deben ser conscientes.
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