APUNTE
Un disparo y otra Champions
Albert Guasch
Periodista
El Real Madrid entregó la alineación muy pronto, cuando faltaban más de dos horas para el inicio de la final. Las cartas, boca arriba enseguida. Y llegó bastante antes que el Liverpool al estadio, casi con las manos en los bolsillos. Seis finales disputadas y ganadas en el siglo XXI (siete con la de ayer) proporcionaban al equipo blanco la serenidad con que se suelen acometer los actos rutinarios. Hasta entró al partido con calma, como permitiendo a los ingleses desgastarse con arremetidas de furia. Fue un meneo de los ‘reds’ en el primer tiempo y parte del segundo, pero sin goles. Es decir, la sensación de que la final se decantaría al final para los blancos se hizo inevitable. Lo hemos visto tantas veces...
La historia del Madrid en esta Champions se ha jalonado de momentos extraordinarios y de alguna forma el partido avanzó esperando el momento mágico, que podía ser un error monstruoso del portero de enfrente o un remate agónico. Vino de un disparo que se transformó en pase a Vinicius a media hora de la bajada del telón. El Madrid se mira a los rivales y los aguanta como si fueran dientes de leche: ya caerán.
Mucho que admirar
No sirve de mucho analizar el juego de este equipo de Ancelotti, el técnico con más Champions del mundo. Ayer apenas tiró a puerta, un remate y nada más, y se encontró con los neones del marcador brillando a su favor, levantando otra Champions. Cuesta descodificar este fútbol. Es ganador, pero no está nada claro qué se puede aprender. Mucho que admirar, ciertamente, pero no se adivinan más enseñanzas que la resistencia mental y el orgullo de la camiseta. Y eso se tiene o no se tiene.
En el otro lado, Courtois fue forzado a trabajar a destajo desde el primero hasta el último minuto. Es el mejor cancerbero del mundo. Sin debate posible. Tremendas intervenciones ayer. A Salah le frustró la venganza que tanto ansiaba. Hoy debe arrepentirse de haberse pedido el Madrid para la final.
«No les decepcionéis», solía decir el mítico Bill Shankly a sus jugadores antes de los partidos. Se refería a los aficionados ‘reds’, generalmente de clase trabajadora, que habían hecho el esfuerzo de guardarse un trozo de la paga para una entrada. Shankly tenía la conciencia de clase que atesora también Jürgen Klopp. El alemán llegó a Anfield en el 2015 y lo primero que pidió es que le llamaran ‘The normal one’, en oposición a la pomposidad de Jose Mourinho y su ‘The special one’.
Klopp enderezó el rumbo del Liverpool. Le ha llevado a alcanzar tres finales en cinco años, ganar una de ellas y, en definitiva, construir un equipazo que no ha ganado más porque viene a ser un Cristiano que se ha topado con un Messi, que es el Manchester City de Guardiola. Eso en casa. En Europa, su pedrusco en el zapato es el Madrid, que ya le ha ganado dos finales. Un tanque de la competitividad y de la eficacia este Madrid, un mago de la resistencia y de los juegos mentales que ni el caos organizativo y el retraso en el pitido inicial desconcentró. Siempre a lo suyo, a ganar sin jugar. Es un campeón asombroso.
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