'Partygate'

La caradura de Johnson al descubierto

El hombre que prometió un nuevo 'Reino Unido global' y que ahora irradia noticias sobre pandemia, fiestas y alcohol, tiene la credibilidad por los suelos

El primer ministro británico, Boris Johnson, durante una sesión en la Cámara de los Comunes.

El primer ministro británico, Boris Johnson, durante una sesión en la Cámara de los Comunes. / JESSICA TAYLOR / PARLAMENTO BRITÁNICO

Carlos Carnicero Urabayen

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No está el horno para bollos en un imaginario colectivo que vive abrasado mentalmente por una pandemia que no termina. No es extraño que, ahora, el siempre ocurrente primer ministro Boris Johnson se haya quedado sin gracietas en la chistera, ante el descubrimiento de sus fiestas clandestinas durante el gran apagón social que impuso a los británicos.

En política, dictar normas y no aplicarlas en la conducta personal suele salir caro. En una pandemia como la actual es un camino directo a la ruina política. Nadie olvidará este extraño tiempo, en especial los primeros meses tras la llegada del virus a comienzos de 2020. Fue en esa época en que no se podía visitar a familiares enfermos, ni despedir dignamente a los caídos, cuando la sede del primer ministro británico acogía botellones clandestinos. 

Primero Johnson tardó en reaccionar. La Organización Mundial de la Salud declaró la llegada de la pandemia el 11 de marzo de 2020, pero el primer ministro no cerró el país hasta el 23 de marzo. En aquellos días, cada día y hora contaban vidas. Aquel retraso posiblemente sea “la decisión más mortífera para el país desde la posguerra”, dice el periodista Simon Kuper. Después, Johnson puso en marcha un durísimo confinamiento al tiempo que decidió – ahora lo sabemos – que las normas que él mismo dictaba eran obligatorias solo para el resto.

Es paradójica la política. Son ahora los fantasmas del Brexit quienes podrían dar la puntilla a Johnson, el líder político que ejecutó con fórceps una separación que parecía inviable. Dominic Cummings, ideólogo de la salida, un siniestro personaje conocido por sus artes manipulativas, aupado y destronado como asesor por el propio Johnson, es ahora el verdugo de su exjefe. 

Johnson contó en el Parlamento que nadie le advirtió de que la fiesta en ciernes iba contra las reglas. De hecho, dice que no sabía que era una fiesta, sino un 'evento de trabajo'. Cummings ha confirmado lo obvio: que una invitación enviada a cien asesores y funcionarios de Downing Street por el asistente del primer ministro, en la que se recomendaba a cada invitado “traer su propia botella”, no podía haberse producido sin el visto bueno del jefe. Pero hay algo aún más obvio, como ha recordado Gavin Barwell, ex jefe de gabinete de Theresa May: nadie tenía que advertirle de que una reunión social de ese tipo iba contra las reglas; “él ponía las reglas”.

Le quedan pocos amigos al todavía líder británico. Más allá de las esperables pullas de la oposición, sus ministros empiezan a alzar la voz, movidos entre la vergüenza y el reposicionamiento ante una inminente caída. Los responsables de Ciencia y Sanidad han criticado abiertamente lo sucedido. Dominic Raab, viceprimer ministro, ha dejado caer que si un primer ministro miente al Parlamento “normalmente” dimite. 

Entre la población, el hombre que prometió un nuevo “Reino Unido global” y que ahora irradia noticias sobre pandemia, fiestas y alcohol, tiene la credibilidad por los suelos. Un 68%, respecto a un 48% en noviembre, considera que Johnson debe dimitir. Siete de cada diez encuestados por el diario conservador 'The Times' creen que no ha sido honesto sobre lo ocurrido. También los monárquicos están ofendidos. El Gobierno ha tenido que pedir disculpas a Buckingham Palace, al conocerse que se organizaron dos fiestas en la víspera del funeral del príncipe Felipe de Edimburgo

No parece que la maniobra disculpatoria vaya a salvar el cuello de Johnson. Para su partido, el líder que logró la tarea difícil del Brexit con curvas, pero sin despeñarse, el mismo que propició una imponente victoria electoral en 2019 tras pactar la salida, es ahora una carga. El 5 de mayo se celebrarán elecciones locales en algunas partes de Reino Unido y los 'tories' meditan dejarle caer antes o después. 

Es verdad que es casi una tradición británica dejar caer a un primer ministro en pleno ejercicio. Lo saben bien Margaret Thatcher, David Cameron o Theresa May, cuyo final abrupto llegó por las sacudidas más o menos directas por el espinoso debate europeo. A Johnson le espera un final motivado por razones algo más frívolas

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