Escritor.
Juan José Millás
Escritor.
Juan José Millás
Las tinieblas del alma
La calle del hotel es de dirección única, como la vida, pues la vida solo conduce al cementerio
Asomado a la ventana del hotel, en medio de la noche, observo la calle deficientemente iluminada, estrecha y solitaria. Se trata de una calle de dirección única, como la vida, pues la vida solo conduce al cementerio. Parece una broma que la calle por la que se va a la muerte sea la de la vida, pero la existencia está llena de paradojas de este estilo. He visto innumerables calles como esta desde las ventanas de innumerables hoteles como este. Todas las calles del mundo se parecen, digamos que tienen un aire de familia, aunque sus caracteres sean tan distintos como las personalidades de siete hijos de los mismos padres. Si tuviera valor, me vestiría de nuevo y bajaría a la calle y la recorrería ahora mismo, a las dos de la madrugada, en la dirección obligatoria marcada por las señales de tráfico. Tengo curiosidad por saber dónde me llevaría, dónde acaba y qué clase de retículo forma con las vías angostas del centro histórico de esta ciudad en la que he venido a caer para hacer un trabajo rápido y marcharme. Tal vez, al recorrer esta calle de un extremo a otro, viajaría también de un extremo a otro de mí mismo descubriendo zonas inexplicablemente inexploradas, rincones olvidados. ¿Cuánto tiempo hace que no pienso en mi juventud, en mi madurez, en mi infancia? ¿Quedarán restos por aquí o por allá de todas estas regiones de mi vida? ¿Sería capaz de encontrar en ellas algún significado, algún sentido?
Pero pasan ya de las dos de la madrugada y da miedo permanecer despierto y asomado a la ventana de un mundo dormido.
Es de noche fuera de mí, pero también en mi interior hay una luna como la que cuelga del cielo y que, más que iluminar la noche, consigue destacar sus sombras. Sirve para que veamos la oscuridad como si la oscuridad fuera un objeto. Tal es la oscuridad del alma: un objeto que esta noche contemplo con una mezcla de curiosidad y de terror pasivo que combato regresando a la cama, donde, en posición fetal, cierro los ojos y pido a los dioses que me vuelvan a dormir hasta que amanezca en mi corazón. Horas después, suena el despertador y es de día en la calle, pero sigue siendo de noche en mi interior.
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