'Castellano'

'Victus' mesetario

Lorenzo Silva explica en su último libro el porqué del redescubrimiento de su identidad castellana, y como vivió la retórica del 'procés' como madrileño afincado en Viladecans

Lorenzo Silva, en el estudio de su casa de Viladecans.

Lorenzo Silva, en el estudio de su casa de Viladecans. / periodico

Ernest Alós

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Campea estos días la Meseta Lorenzo Silva presentando 'Castellano', su último libro. En principio, una novela-viaje dedicada a los comuneros, los rebeldes que se plantaron ante Carlos V y cuyos líderes acabaron decapitados en Villalar. Pero al mismo tiempo, alternando el ayer y el hoy, Silva explica el porqué del redescubrimiento de su identidad castellana.  

Trazar una línea directa entre los valores, intereses y objetivos de nuestos antepasados y los nuestros (sea saltando por encima de cinco siglos como hace Silva, sean tres como en el 'Victus' de Albert Sánchez Piñol) siempre es problemático. Uno y otro prefieren ver en 1521 y 1714 (las palabras son de Silva) «una revolución moderna y precursora». De los valores liberales, republicanos y de la Constitución de 1978 para Silva, del independentismo catalán del siglo XXI para Piñol. Demasiada historia entre el punto de partida y el de llegada para no acabar cayendo en el presentismo a medida.

Pero es la cara B de 'Castellano' la que me ha interesado más. Invito a leer, incluso y sobre todo a quienes les resbalen soberanamente Padilla, Bravo y Maldonado, el capítulo tercero, 'Mesetario'. Son solo 10 páginas. Silva explica los efectos que tuvo en aquel madrileño afincado en Viladecans «por amor a una catalana, a la propia Catalunya y a su cultura» la retórica del ‘procés’ por vía radiofónica. «Empecé a oír comentarios condescendientes, desdeñosos e incluso despectivos hacia gente cuya sangre corría por mis venas», explica. En su breve memorial de agravios creo reconocer un pasaje de 'Victus' en en que se concluye que «basta coger un páramo, ponerle una tiranía y ya tiene uno Castilla». Silva decidió no convertirse en «odiador» pero sí replicar recuperando su hasta entonces inexistente identidad castellana. 

Escuchar las razones del otro (en esta dirección y la otra) es higiénico. Tanto como relativizar (en este caso y el inverso) el victimismo que solo lleva a esperar una reparación efectiva y completa del daño recibido, real, sobredimensionado o imaginado. O por lo menos reconocer también el sufrido por el otro. Sin un ejercicio bilateral de empatía no puede haber diálogo, solo 'victi'.