La revolución que viene

Trabajadores del campo reciben la vacuna del coronavirus en un centro sanitario de Alcarràs

Trabajadores del campo reciben la vacuna del coronavirus en un centro sanitario de Alcarràs / AFP / PAU BARRENA

Rafael Vilasanjuan

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Algo en la agenda global se mueve y no tiene mala pinta. La transformación de signo político en EEUU y las consecuencias de la pandemia han abierto la puerta a entender que, si conseguimos globalizar los beneficios, debemos ser capaces de distribuir las ganancias de manera más equitativa. Dos hechos empiezan a constatar el cambio: por un lado, la necesidad de compartir vacunas; por otro, la reunión este fin de semana del G-7, el grupo de países mas ricos del mundo, intentando poner fin a la barra libre de las multinacionales -especialmente las de negocio digital- para tributar en el lugar donde menos se pague.

Vamos por partes. En cuanto a las vacunas del covid, la exención de las patentes es un primer paso. El debate sobre la sobreprotección al mercado farmacéutico y la necesidad de buscar fórmulas que primen la salud global sobre los intereses de mercado tardará en dar resultados, pero mientras esos beneficios llegan, la semana pasada se alcanzó el compromiso de financiar vacunas y ceder dosis a los países que no han recibido, antes aun de alcanzar la inmunidad de grupo en occidente. Un paso en el buen sentido al que España, lejos del autismo de etapas anteriores, ha contribuido.

Los impuestos a las multinacionales son un paso aún más importante. Todavía le queda recorrido este verano, antes de que el G-20 le dé luz verde en otoño. La base es que las multinacionales coticen como mínimo un 15% en el país donde obtienen sus beneficios. Un cambio fiscal parecía imposible. Hasta ahora las multinacionales cotizaban donde tuvieran las sedes, lo que en la práctica solo favorece el crecimiento de paraísos fiscales. Su voracidad ha hecho que por fin las principales economías entiendan que estos agujeros de la economía global no son solo refugio de dinero corrupto, también restan competitividad a las economías más avanzadas, de ahí que haya que actuar. Más que un ajuste de parámetros, una reforma sísmica que todavía tendrá muchas barreras, pero que empieza a parecer posible.

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