El laberinto catalán

Huelga de paparruchas políticas

Pere Aragonès y Laura Borràs.

Pere Aragonès y Laura Borràs. / Ferran Nadeu

Josep Martí Blanch

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Esta sección es de análisis político en clave catalana. Por lo tanto ahora tendrían que seguir unas líneas en las que un servidor, supuestamente un especialista, sacara punta a la actualidad protagonizada por los partidos políticos. Debería, con toda la pompa y trascendencia de la que fuera capaz, exprimir los hechos ya conocidos y aprovechar para hacer conjeturas sobre el futuro más inmediato.

Explayarme con el significado que tiene que ERC no ponga dificultades para que Aurora Madaula sea vicepresidenta segunda del Parlament en sustitución del guillotinado montañés Jaume Alonso-Cuevillas. Sacar conclusiones de que Pere Aragonès exija a JxCat que el acuerdo de gobierno con ERC se concrete en breve. Radiografiar cuánto hay de verdad y cuánto de mentira en la amenaza del partido de Carles Puigdemont de quedarse en la oposición tras facilitar la investidura del candidato del equipo de Oriol Junqueras y especular con el número de altos cargos del actual gobierno en funciones que se han puesto a temblar ante la posibilidad que esta amenaza vaya en serio.

Si con esto no fuera suficiente y se requirieran más elementos de actualidad, también podría dedicar unas cuantas líneas al carné de peñista republicano que se ha sacado de la manga el Consell de la República, el órgano que según JxCat debería dirigir la estrategia política de los partidos independentistas y del Govern a partir de ahora.

Pero vamos a traicionar el contrato que nos ata a la politiquería catalana que no ofrece más que paparruchadas negándonos a adornar con elucubraciones la sopa boba que vienen sirviéndonos desde el día de las elecciones los adláteres de la cosa.

Además, como quien nos gobierna es el Procicat, una divinidad político-administrativa al altar de la cual se desarrollan todos los sacrificios ciudadanos desde hace más de un año sin más explicaciones que las propias del ordeno y mando, lo del análisis político viene derivando en un género menor que nadie echará de menos por un día.

Al pequeño empresario que contrató y preparó su negocio para la apertura, pensando que el confinamiento comarcal ya era historia, no le interesan demasiado las elucubraciones sobre el 'te ajunto, no te ajunto' de JxCat y ERC. Tampoco le quita el sueño al empleado que sigue en el limbo del erte o que ya ha aterrizado en el infierno del ere. Menos aún a los enfermos gestionados telefónicamente por unos Centros de Atención Primaria colapsados. No parece que deba ser tampoco una cuestión principal para la multitud que espera pacientemente que sus problemas psicológicos acentuados o iniciados con la pandemia acaben en manos de profesionales. Y menos aún, porque no leen periódicos habitualmente, ha de ser una cuestión de vida o muerte para los jóvenes que llevan dos años de universidad quizás no perdidos, pero desde luego no ganados en su totalidad.

Podríamos seguir añadiendo colectivos para los que los que la composición de la mesa definitiva del Parlament tiene la misma importancia que, pongamos por caso, saber que en Laos hay una provincia llamada Luang Prabang. En homenaje a todos ellos esta semana dejamos toda conjetura al margen. Huelga de tontería.

Como a quien debe formar gobierno no parece importarle lo más mínimo no hacerlo, no vamos a ser los demás quienes nos pongamos piedrecillas en el hígado. Por la vía de los hechos vienen diciéndonos que, a fin de cuentas, no es tan importante que haya un ejecutivo que no esté en funciones y que esto de la Generalitat, más o menos, tiene una trascendencia relativa porque en el fondo da lo mismo ocho que ochenta.

La autonomía, esa de la que el 'expresident' Quim Torra dijo que era una molestia, podía y puede perderse por una agresión venida desde fuera. Es esta una cuestión que no admite discusión y los ejemplos están ahí desde que el PP por acción, y el PSOE, la mayoría de las veces por omisión, dieron por bueno que la carpeta territorial española debía sellarse definitivamente tras el fracaso de la ya lejana reforma del Estatuto catalán.

Pero la amenaza principal del autogobierno no está en el espacio exterior. El mayor daño que puede inflingírseles a las instituciones catalanas es desde el flaco interior. Hasta perderlas del todo, no físicamente pero sí políticamente, porque a un número significativo de catalanes les acabe importando un comino que haya Govern o no lo haya porque bastante tienen con mantener sus vidas a flote en plena pandemia y crisis económica.

Y a conseguir este objetivo parecen dedicarse en cuerpo y alma quienes deberían estar más interesados en que esto no suceda, dada la extrema voluntad de servicio, trabajo y sacrificio a los que están dispuestos por el bien de Catalunya, según rezan en sus discursos y redes sociales. Aquellos de los que hoy hemos decidido no hablar porque estamos en huelga. De tonterías.

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