Apunte

Cuando Cuevillas lidió con el toro

Lo frívolo del asunto es que el abogado de Puigdemont no ha expresado sus dudas razonables hasta que la cabeza que estaba en juego era la suya

Jaume-Alonso Cuevillas, abogado de la defensa, en el Palacio de Justicia de Bruselas.

Jaume-Alonso Cuevillas, abogado de la defensa, en el Palacio de Justicia de Bruselas. / periodico

Sergi Sol

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Al político Cuevillas le espera un devenir incierto. Sus compañeros lo mantienen como electo, pero lo han quitado de un plumazo de la Mesa del Parlament. Lo que en sí ya es un castigo. También crematístico.

No le han castigado por desentenderse de la votación delegada de su homónimo Lluís Puig. Para nada. Cuando sucedió, apeló a lo que a todas luces era una excusa. La incompatibilidad profesional. Y pese a la evidencia de los motivos reales, no fue cuestionado. Se lo llevan por delante -y el motivo no es menor- por una reflexión política nacida de una toma de decisión que tenía implicaciones personales. A la posible inhabilitación para seguir ejerciendo cargo público hay que sumarle las posibles dificultades añadidas para ejercer como abogado. 

Ocurre que Cuevillas contó sin tapujos sus motivos en una entrevista concedida a un medio muy cercano al espacio político de Junts per Catalunya. Sus afirmaciones eran una enmienda a la totalidad a las tesis difundidas por su partido y por él mismo durante los últimos tres años. Esas tesis nacieron de la investidura aplazada de Puigdemont en 2018 a cargo del entonces 'president' Roger Torrent. El mismo al que Laura Borràs menospreció al instante luego que este la hubiera votado sin fruncir el ceño.

Torrent se convirtió de golpe y porrazo en la bestia negra de Junts per Catalunya. Nunca le han perdonado su decisión, pese a que Puigdemont jamás pensó en volver a Catalunya por temor (más que justificado) a ser encarcelado. El rifirrafe jamás se ha aclarado. Torrent llamó la fatídica mañana de la investidura a Puigdemont. Y ante la falta de respuesta, el 'president' exiliado decidió que no se iba a jugar el pellejo sin mediar acuerdo alguno sobre cómo se iba a proceder.

Lo frívolo del asunto es que Cuevillas no ha expresado sus dudas razonables hasta que la cabeza que estaba en juego era la suya. Mientras fue la de otros siguió a pies juntillas la consigna. Y es que una cosa es ver los toros desde el tendido y otra muy diferente tener que lidiar con el toro en la arena.