El debate sobre la idea de ciudad

El pan y las rosas

Hay que pensar cómo paliar la caída de los ingresos del turismo en Barcelona, pero también cómo reducir la dependencia de él

Un grupo de niños juegan en la fuente de la plaza Reial de Barcelona, el 9 de julio

Un grupo de niños juegan en la fuente de la plaza Reial de Barcelona, el 9 de julio / periodico

Mar Calpena

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Es un hecho que a algunos no les gusta la alegría. Cuando se comenzó a levantar el confinamiento, muchos barceloneses expresamos nuestro gozo por habernos reapropiado de espacios de la ciudad antes invadidos por el turismo. Indefectiblemente, el habitual sanedrín de todo a cien vino a recordarnos las terribles circunstancias, tanto sanitarias como económicas, en las que se encuentra el municipio. Parece como si los barceloneses tuviéramos prohibido para siempre disfrutar de la ciudad: cuando hay turistas, porque estos lo colonizan todo; cuando no los hay, porque la policía moral ha decidido que tampoco tenemos derecho a ello. Me llama profundamente la atención esta reacción tan mezquina. Porque imaginar una Barcelona con menos -ojo, "menos"; no "sin"- turismo no solo es una defensa contra la oscuridad de los tiempos que nos ha tocado vivir, sino un dique contra el retorno a ciertos errores. Del mismo modo que la ciencia ficción plantea futuros posibles, este distópico tiempo que vivimos, mitad ciencia y mitad ficción, debería servirnos para explorar qué idea de ciudad queremos, aún a sabiendas de que es utópica. Por mi parte querría que la anomalía no fuera poder pasear tranquilamente por el centro, sino todo lo contrario. Y que mis conciudadanos pudieran acceder a empleos más justos, mejor retribuidos y con menos externalidades negativas -alquileres, contaminación, expulsión del residente- que los que proporciona ahora mismo el monocultivo turístico.

Pero sospecho que a la internacional del vinagre, la que critica que los niños naden en la plaza Reial o que se pueda jugar al fútbol en la plaza Nova, le pasa un poco como a Isabel Díaz Ayuso con los menús infantiles: creen que no está bien dejar acceder gratis a algo bueno. Son los que tachan cualquier crítica a la sobreexplotación turística de 'turismofobia'. Consideran aceptable que los bares se mantengan abiertos sin licencia en el Port Olímpic, "porque generan trabajo", pero no opinan lo mismo, válgame dios, del 'top manta'. Esta concepción clasista y patrimonialista de la ciudad tiene como uno de sus dogmas que los beneficios del turismo -también pasa con el automóvil- lo compensan todo, haciendo la vista gorda ante sus costes. Un dogma que lleva a preocuparse mucho la bajada de las ventas en zumos de la Boqueria y poco o nada las mafias de subarrendamiento de pisos turísticos. A llorar porque la normativa de terrazas tenga restricciones, y a no decir ni pío sobre los sueldos de los camareros. Y a no dejar imaginar, ni por un instante, que existan otros futuros distintos.

'Pan y rosas' es un poema feminista, luego convertido por Judy Collins en preciosa canción, que alude a la necesidad humana de luchar por algo más que la mera subsistencia. "Nuestros días no deberían sudarse del nacimiento a la muerte. Los corazones pasan tanto hambre como los cuerpos. Dadnos pan, pero dadnos también rosas", dice. Se estima que el 12% del PIB de Barcelona depende del turismo. Por supuesto que hay que pensar cómo paliar la caída de sus ingresos. Pero también cómo reducir la dependencia de él. Y mientras, dejadnos disfrutar de este paisaje inédito. Que el covid nos ha hecho perder el pan, no nos queráis quitar también las rosas.