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...y había niños en el Gòtic

El Pati Llimona expone el regreso al edén, reivindicativo trabajo de Sergi Bernal sobre cómo luce el centro de Barcelona sin sobreturismo

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Carles Cols

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La expulsión del paraíso es un mito que ha inspirado a los mejores pinceles a lo largo de la historia de la pintura. La de Miguel Ángel es la mirada más recordada, con esos Adán y Eva que han perdido la lozanía por culpa de su mala cabeza y marchan cabizbajos a un mundo peor, el nuestro, pero jamás deberían considerarse menores a su lado las versiones de, por ejemplo, Cornelis van Poelenburch, Cavalieri d’Arpino y, por ser la más aterradora, la de Thomas Cole, por supuesto. Pues Sergi Bernal, fotógrafo a ratos, ha retratado nada menos que el regreso al edén, libro bíblico apócrifo, claro está, y el Pati Llimona de Barcelona (calle del Regomir, 3) ha decidido que tal acontecimiento merece ser expuesto en sus salas hasta el próximo 15 de septiembre. No es para menos.

Los niños del Gòtic volvieron a jugar en las plazas y calles de su barrio a finales de mayo, algo que no dejaron de hacer cuando los demás, o sea, a mediados de marzo, alarma general en toda España, sino mucho antes, en una fecha incierta, puestos a elegir una simbólica, en el 2008, el año en que nació Airbnb. A mediados del 2016, por utilizar otro hito como referencia, el número de camas turísticas del Gòtic superó en número a la de los vecinos el barrio, un pulso bestial, 15.000 contra 15.000, más o menos, y ganaron las primeras.

Fue, eso es seguro, entre una fecha y la otra en que se dejó de jugar en las calles del núcleo más antiguo de la ciudad. No del todo, cierto. Cuenta Bernal que algún crío echa de menos las colas delante de la Catedral porque eran estupendas para jugar al escondite. También en Sant Felip Neri había cada día de escuela, a la hora del patio, corre y pilla y risas, eso sí, en una de las escenas que mejor resume la ‘parquetematización’ de la ciudad. Una valla cerraba el paso a los turistas durante la hora del patio, como si hicieran cola para ser los siguientes en montarse en la atracción. ‘Neriland’. Pero con ese par de excepciones, poco juego había en las plazas del Gòtic, ni siquiera en una tan espaciosa y perfecta para el escondite como la Reial. En junio del 2015, para centrar un poco más la cuestión, este diario contó una a una todas las sillas de esa señorial y a la par canalla plaza, las de las terrazas y las disponibles para sentarse sin más. Ganaban las primeras. 1.668 contra ocho.

Así era el Gòtic antes del confinamiento, un lugar donde (y esto no es ficción) una vecina de 80 años se sentaba a menudo en el banco de la parada del bus porque era el único lugar disponible para descansar cuando salía a la calle. Así lo contó ella para un estudio académico sobre el impacto humano del sobreturismo en la vida cotidiana presentado hace ahora exactamente dos años.

No ha retratado una rareza, Sergi Bernal ha fotografiado la vida como debería ser

Luego llegó el confinamiento, sin ánimo de abrir aquí un juego de comparaciones con otros barrios, tal vez el más severo de la ciudad, porque las persianas bajadas eran más que en otras partes. No había colas para comprar el pan en Portaferrissa. Tampoco para la fruta en Ferran. La Boqueria, por sus pecados, era el mercado más insignificante de la ciudad. Por todos esos antecedentes, lo sucedido cuando llegó el desconfinamiento fue asombroso. Los niños, de repente, jugaban en las plazas, alfombradas para la ocasión de flores de tipuana, las paredes de la Catedral eran porterías de fútbol, las fuentes de la Reial proporcionaban munición para las pistolas de agua y a Bernal todo aquello le pareció lo nunca visto. Comenzó así su particular safari fotográfico, que merece ser visitado, no solo por su estética, sino porque es la vida como debería ser. Cualquier paso atrás será ahora una derrota.

Que aquello fue un imprevisto da fe una pequeña pero deliciosa anécdota. Una de las fotos de Bernal la utilizó furtivamente el Telenotícies. La había colgado en redes sociales y, estas cosas pasan aunque no debería ser así, se empleó en pantalla sin permiso. Sorprendido, llamó. Muy amables, le pagaron por ella. Le dio un buen uso a esos euros. Buscó a los protagonistas de la foto y sirvió una deliciosa ronda de helados.