DEBATE SOBRE EL MODELO DE CIUDAD

1.669 sillas de pago, 8 gratis

Sucesión de terrazas en uno de los lados de la plaza Reial.

Sucesión de terrazas en uno de los lados de la plaza Reial.

Carles Cols

Carles Cols

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Lo primero que hay que poner sobre la mesa son las cifras. En la plaza Reial hay ocho sillas en las que sentarse a descansar. Están desperdigadas, como para amantes de la soledad. Hace un año había nueve, lo cual ya es un misterio por resolver. No hay ningún banco. Pero la noticia es el contraste: entre todas las terrazas de los bares y restaurantes de la plaza suman 1.669 sillas. Parece un error de imprenta, pero no. Exactamente 1.669, colocadas alrededor de 490 mesas. Se han tomado la molestia de contarlas los activistas de Fem Plaça, representantes de esa especie en regresión en Ciutat Vella, el vecino. Son el perfecto ejemplo del barceloní emprenyat, el ciudadano que el pasado 24-M decidió darle un vuelco al mapa electoral de la ciudad, para incomprensible sorpresa de muchos.

Periódicamente, Fem Plaça convoca una jornada reivindicativa. Se presentan en una plaza del distrito. Llevan a sus hijos y estos saltan a la comba o dibujan con tizas en el suelo. Los adultos charlan. Vamos, hacen vida de barrio. También protestan , pero no con las armas clásicas (la pancarta y el silbato), sino de un modo mucho más sabio. Le hacen una autopsia a la plaza, como si estuviera muerta. La miden, calculan cuánta superficie está destinada a las terrazas, cuánta a estacionar vehículos y, así, en resumen, qué les queda a ellos. La plaza Reial era el ochomil que desde hacía tiempo sabían que tenían que escalar. De la experiencia han sacado interesantes conclusiones, más allá de esa desproporción de que por cada silla en la que es posible sentarse gratis hay 208 en las que es obligado pagar.

«Aquí es donde más evidente es lo absurdo de la ordenanza cívica de Barcelona», explica, por ejemplo, Elena Guim, arquitecta y habitual de las convocatorias de Fem Plaça. «Si te tomas una cerveza sentada en una de esas únicas ocho sillas te pueden multar». Así es. La sanción es de entre 30 y 100 euros. «Si lo haces unos metros más allá, en una terraza, no».

En realidad, esa expresión, «tomarse una cerveza», requiere una aclaración. La mayoría de las mesas y las sillas están ahí para consumir más que una cerveza. El horario de las terrazas se ha adaptado simbióticamente al sistema digestivo de los turistas, capaces de cenar poco después de las cinco de la tarde. Si no es para comer, no hay sitio.

LA NUEVA AMENAZA

Allí, en la plaza Reial, esa ley no escrita hace tiempo que se ha asumido como normal. Esa claudicación ya es sorprendente. El problema es que esa norma se está extendiendo a otros barrios de la ciudad. En algunas plazas de Gràcia, con la llegada hace poco del buen tiempo, los vecinos han descubierto que en sus bares de siempre ya no les dejan sentarse a tomar un refresco a partir de las siete de la tarde si no acompañan la bebida con algún plato. Así ha sucedido ya, por ejemplo, en la plaza de la Vila.

Un encargado de una de las terrazas de la plaza Reial explica que no comprende qué puede extrañar de esa norma. «Esto es un negocio», explica. «Pagamos por tener una terraza. Es normal que demos prioridad a quien se sienta para comer».

El razonamiento de este encargado (pide, tal vez incómodo por la presencia de los activistas de Fem Plaça, que no aparezca ni su nombre ni el del bar) casi que obliga a recordar cuánto pagan estos establecimientos por hacer un uso privado del espacio público. Los baremos de cálculo son complejos. Pero el resumen es fácil. En la plaza Reial, por cada silla en la calle, el dueño del establecimiento paga 17 céntimos de euros por día. Todo es opinable, pero desde la perspectiva de Fem Plaça esto es el inri del debate, que el espacio público se prostituya además barato.

Antes de enfrentarse a esa plaza, los activistas de este colectivo llevaron a cabo acciones similares en la plaza de Sant Miquel y en la de Sant Cugat. En el gráfico adjunto se pueden observar los resultados de esas autopsias. Sin embargo, para comprender mejor hasta qué punto la pugna por el espacio público llega a límites insospechados en Ciutat Vella, lo que hay que contar es una anécdota que sucedió a mediados de mayo y que pasó desapercibida. Aquel día se instaló en la placita de Manuel Ribé una placa en memoria de las 16 personas que murieron allí el 30 de enero de 1938 durante un bombardeo franquista. La placa está en el suelo, en recuerdo del edificio que allí exactamente se vino abajo con las bombas. Nada más irse la comitiva oficial, los camareros de los dos bares situados en uno de los laterales de la placita sacaron las mesas y las sillas y, efectivamente, las pusieron sobre la placa. Un vecino, otro habitual de Fem Plaça hizo una pancarta para la ocasión. «Sus muertes a manos de los fascistas dejan más sitio para los turistas».