Sobreexposición lúdica

Repita, por favor

Los humanos nos cansamos de todo y cada vez más rápido. Solo hay que ver lo que ha pasado con la canción 'Resistiré'

La soprano Begoña Alberdi canta desde su balcón tras los aplausos al personal sanitario, el 16 de marzo, al inicio del confinamiento, en Barcelona

La soprano Begoña Alberdi canta desde su balcón tras los aplausos al personal sanitario, el 16 de marzo, al inicio del confinamiento, en Barcelona / periodico

Rosa Ribas

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Parece mentira, pero por una vez 'Los Simpson' no predijeron lo que está pasando, por lo menos no predijeron con mucha exactitud la pandemia del covid-19; pero, como devota seguidora de la serie (veo incluso los episodios de las últimas temporadas, aunque hay que reconocer que son bastante flojitos), tengo que salir en su defensa y decir que sí anunciaron uno de los fenómenos que la acompañan.

Fue en un episodio de la quinta temporada, titulado 'Bart se hace famoso', en el que el chaval empieza a trabajar como asistente del payaso Krusty y, en una entrada desafortunada en el plató, derriba todo el decorado, tras lo cual suelta "Yo no he sido", una frase que se convierte en un latiguillo que todo el mundo quiere oír, y Bart, en una estrella. Graba canciones con la frase, que aparece también en tazas, camisetas, etcétera. Basta con que diga la frase y todos se ríen y aplauden. Hasta que un día Bart aparece en el escenario, hace lo de siempre y nadie se ríe y nadie aplaude. Se acabó. El público ya se cansó de aquello de lo que antes parecía no poder saciarse.

El mismo fenómeno que hemos vivido de una manera concentrada en las largas jornadas de enclaustramiento forzoso y necesario.

El peso del confinamiento

En los días, que ahora parecen remotos, de la llegada de la pandemia y el consecuente encierro, cada actividad lúdica o musical que se hacía en una ventana, un balcón o en un patio era aplaudida y celebrada. La vecina que se asomaba y cantaba un aria, los vecinos que antes ni se conocían pero que ahora organizaban un bingo de balcón a balcón, el chico que salía con la trompeta y tocaba las tres notas de 'La bamba' que más o menos conseguía afinar. "¡Qué bien canta!". "23. ¡Línea! ¡Qué divertido!". "¡Qué gracioso con su trompeta!". Todo se filmaba con el móvil y se compartía con el mundo porque ser testigos de estos momentos nos hace sentir también especiales. Teníamos los móviles sonando constantemente con avisos de nuevos vídeos, nuevas fotos, nuevas grabaciones de voz, que, por supuesto nos apresurábamos a reenviar a media lista de contactos.

Pero el confinamiento se prolongó. Los días empezaron a parecerse demasiado y sabíamos que era jueves o domingo porque nos lo decían. El repertorio de la cantante, su timbre, su mera presencia empezaron a irritar. El bingo, la verdad, es que tuvo gracias la primera vez, pero ahora mejor que vuelva a ser territorio de la abuela ludópata de la familia cuando abran los locales y ella salga de casa. Y el chico de la trompeta debe de ser listo, porque hace días que dejó de salir al balcón. La verdad es que no saldría ni aunque sus tres notas se hubieran convertido en el concierto para trompeta de Haydn.

Porque es que los humanos nos cansamos de todo y cada vez nos cansamos más rápido. Solo hay que ver lo que ha pasado con la canción 'Resistiré', de la que nadie, excepto un par de fans, muy fans, del Dúo Dinámico, se acordaba y que en las primeras semanas adquirió un carácter hímnico. Se cantó en balcones, se cantó en videoconferencias, salieron versiones y versiones, algunas de ellas dotadas de tal exceso de patetismo que acabaron quebrando por sobrecarga las patas de una pieza más bien endeble. Se cantaba, se tarareaba, se aplaudía… y ahora, sinceramente, a casi todo el mundo le resulta insoportable; el primer acorde provoca huidas, ojos en blanco, expresiones de fastidio. Sin embargo, la canción no es mejor ni peor que antes, es que la hemos quemado. Como lo quemamos todo. Y más cuando caemos en la sobreexposición. Pasa con muletillas tomadas de programas de televisión, pasa con personajes populares, con series, con géneros literarios. Con todo, hasta con aquello sin lo que pensábamos que no podríamos vivir.

La tortura definitiva

Una forma de punición habitual es privar a la persona que se quiere castigar de algo que le gusta mucho. Basta con recordar clásicos familiares del tipo "ahora te quedas sin postre", "pues estarás una semana sin play", "esta tarde no vas a la piscina".  Sin negar el valor y la efectividad de estas formas tradicionales, hay que decir que no están a bastante distancia de ser lo peor. El grado máximo se encuentra justo en el modelo contrario.

Si el infierno existiera, la pena mayor, la tortura definitiva sería ponerle al condenado sus piezas de música favoritas una y otra vez, servirle en todas las comidas sus platos predilectos, darle a leer sus libros más queridos, mostrarle en bucle las películas que adoraba. Por toda la eternidad.

Por cierto, ¿qué habrá sido del chico de la trompeta? Hace días que no lo vemos, desde que aprendió a tocar 'Resistiré'. En fin.  

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