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Nissan, tras la consternación, ¿qué?
España es una potencia automovilística, pero sin empresa propia. Debe cuidar un sector que atraviesa un cambio de época
Joan Tapia
Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.
Joan Tapia
Han sido días agitados. Lo mejor, el plan de recuperación de la Comisión Europea, que llega a 750.000 millones de euros. Las dos terceras partes, subvenciones; el resto, créditos. Es un cambio histórico. Hasta ahora, Europa ayudaba, sí ayudaba, pero con créditos, con la pega de que así aumentaban las deudas de los estados. Ahora Angela Merkel ha decidido impulsar un paso decisivo. España podría recibir más de 70.000 millones a fondo perdido. Pero falta todavía la aprobación de todos los estados de la UE y hay cuatro reticentes.
También es alentadora la aprobación en España del ingreso mínimo vital, algo necesario y más en estos momentos. No obstante, la gran tensión entre el ministro Fernando Grande-Marlaska y mandos de la Guardia Civil, por el extraño caso abierto por una juez de Madrid contra mandos del Ejecutivo por la manifestación del 8-M, deja muy mal sabor de boca. Como también la acusación de la portavoz del PP a Pablo Iglesias reprochándole ser "hijo de terrorista", y la reacción de este -corregida luego a medias- de que Vox desea un golpe de Estado pero que no se atreve.
La culpa siempre es de los otros
Son formas muy lamentables. Y la degradación del clima político no va a ayudar a la recuperación en un año difícil en el que -algo sin precedentes- el PIB caerá un 9%. Esta semana hemos visto la gravedad de lo que se nos viene encima con la confirmación del cierre de la planta de Nissan en Barcelona. Es una señal de alarma porque representa la pérdida directa de 3.000 empleos y la indirecta de unos 14.000, y va a afectar a 300 empresas suministradoras. Representa la amputación del 1,5% del PIB catalán.
Exigimos al sector cosas lógicas, pero que no siempre tienen la necesaria coherencia y compatibilidad
El cierre es una catástrofe y ha causado la consternación de los trabajadores y del mundo político y económico. No es para menos, porque España es el segundo país productor de automóviles de Europa y el noveno del mundo. Pero si nos quedamos en la consternación y en la indignación, solo culpando a la firma japonesa, no avanzaremos en la asunción de la realidad. Nos quedaremos en lo fácil: la culpa es de los otros. Punto.
Nissan acaba de presentar unas cuentas con pérdidas anuales de 5.700 millones de euros y, en una reordenación de su alianza con participaciones accionariales cruzadas con Renault, ha decidido cortar costes (2.800 millones) y centrar su actividad en Japón, China y Estados Unidos, abandonado Europa a favor de Renault. Y en este plan va a reducir la quinta parte de su capacidad de producción. Por ello afirma que la planta de Barcelona, y otra de Indonesia, no pueden ser mantenidas. Pero sí la de Sunderland, en el Reino Unido, que trabajará para Renault. ¿Por qué Renault-Nissan prefieren Sunderland, fuera de la UE, a Barcelona? Es una pregunta inquietante. Debemos escrudiñar la razón.
Por otra parte, Renault ha anunciado un plan similar de recorte de costes, con pérdida de 14.000 empleos, sin tocar sus plantas españolas (Valladolid es la principal), pero con disminución de 10.000 empleos en sus cinco plantas francesas. Para ello pedirá 5.000 millones en créditos avalados por el Estado francés, que tiene el 15% de sus acciones. ¿Nissan y Renault están condenadas a eliminar pérdidas para sobrevivir?
España es una potencia automovilística (el sector representa el 10% del PIB), pero carece -no pasa lo mismo en la industria auxiliar- de empresa propia. Busquemos el porqué. Las multinacionales -VW, Ford, Nissan- vinieron por la existencia de un mercado interior, una mano de obra cualificada y salarios inferiores a los de Francia y Alemania. Y nos ha ido bien. Pero cuando llega la tormenta al sector del automóvil, los estados protegen a sus firmas y estas solo buscan sobrevivir.
Aguantar el sector del automóvil exige una política industrial sensata, que no amenace con el coste de cerrar una planta en España, sino que incite la apertura de nuevas. Son lógicas las protestas, pero las movilizaciones no traen -ni retienen- multinacionales.
Debemos saber lo que queremos. La alcaldesa de Barcelona (y la cuarta vicepresidenta) reprochan al automóvil problemas ecológicos. Cierto. También exigimos buenos salarios. Correcto. Y queremos que las firmas con problemas no abandonen España. Fantástico. Lo que debemos preguntarnos es si estas tres exigencias juntas -las tres lógicas- son del todo compatibles.
El caso Nissan es un aviso. Un nuevo fabricante no vendrá por invocaciones, sino si cree que con su instalación en Barcelona será competitivo en un mercado mundial cada día más duro. Nos dirá: lo toma o lo deja. Es así. Y si no resolvemos la ecuación, no solo no habrá sustituto, sino que el caso Nissan puede tener réplicas.
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