PREPARANDO LA DESESCALADA

De repente, Nochevieja

Estos días planeamos comidas, besos y brindis con los que no celebraremos el Año Nuevo, sino estar vivos

Unos niños saludan a sus abuelos desde la calle en Granollers, el 26 de abril, primer día en que se permite salir a los menores de 14 años durante el estado de alarma

Unos niños saludan a sus abuelos desde la calle en Granollers, el 26 de abril, primer día en que se permite salir a los menores de 14 años durante el estado de alarma / periodico

Silvia Cruz Lapeña

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Empieza la película. Entre la niebla y la nieve, se ve una casa, pero el director prefiere acercar la cámara a los arbustos cuajados y a la hierba, congelada, rígida, como muerta. De pronto se oye la música, y se ven dos artistas callejeros por una vereda entrando a Milán. Intentan conseguir unas monedas con sus flautas, pero se topan con un organillero que mueve la manivela: con cada giro, aumenta su desventaja y deciden seguir su camino en busca de una esquina que les depare mejor fortuna. Es Navidad, y a medida que se aproximan al centro de la ciudad, aumenta el brillo de las luces, el tráfico y la vida, expresada de esa forma tan humana que son los abrazos, los empujones y los gritos.

Ese cortometraje, dirigido por Ermanno Olmi en 1957, se titula 'Diálogo de un vendedor de almanaques y un transeúnte' y es, como el relato de Giacomo Leopardi en el que se basa, chiquito y preciso como un reloj de bolsillo:

Transeúnte: ¿Cree que tendremos un año nuevo feliz?

Vendedor: Sí, caballero, por supuesto.

T: ¿Como el que acaba de terminar?

V: Más, más todavía.

T: ¿Como el anterior?

V: ¡Más todavía, señor!

T: ¿Como cuál? ¿Le gustaría que el año nuevo fuera como alguno de los últimos años?

V: No, señor, eso no me gustaría…

A ese comerciante, vendedor de tiempo, se le apaga el gesto con la última pregunta y al abrir la boca, resignado, se le ven las mellas y sus párpados, ya de por sí vencidos, caen otro par de milímetros.

T: ¿Qué vida querría? ¿La mía? ¿La de un príncipe? ¿La de algún otro? ¿No cree que yo, el príncipe o cualquier otro responderíamos igual que usted? ¿Qué si tuviéramos que repetir lo ya vivido, no nos gustaría volver al pasado?

V: Sí, eso creo.

T:  Entonces, ¿volvería atrás si la condición fuera esa y no otra?

V: No, señor, no volvería.

Claro que el vendedor no volvería. Por duro que sea ese invierno, ese frío y ese presente, ese hombre no quiere regresar al día en que perdió los dientes. Ya sabe qué pasó y qué música sonaba y por eso prefiere la promesa que contiene el calendario. También por eso Claudio Magris recordó esa historia en 'Desencanto y utopía' para hablar de la necesidad de mezclar esperanza y descreimiento si se quiere vivir sin engañarse demasiado. Para afrontar las catástrofes, argüía, no sirve pensar que todo está perdido: "El desencanto es una forma irónica, melancólica y aguerrida de la esperanza”, decía en aquel ensayo y así se comporta ese cliente, que parece por su sadismo una versión mediterránea del fantasma del 'Cuento de Navidad' de Charles Dickens.

T: ¿Qué vida quisiera, entonces?

V: La vida que Dios me diera, sin más condiciones.

T: ¿Una vida dada al azar, sin saber nada de antemano, del mismo modo que no sabemos nada del año nuevo?

V: Sí, así es.

T: Lo mismo quisiera yo y creo que todos. Eso quiere decir que la suerte trató mal a todo el mundo el año pasado y que todos creen que el mal fue grande y más grave que el bien que les tocó en suerte. Si la condición para recuperar la vida desde el principio incluyera lo malo y lo bueno, nadie querría volver a nacer.

Mientras, suenan villancicos, otro vendedor hace pompas de jabón y alguien pasa con regalos en las manos. Cuando miro esa escena pienso que la pandemia nos ha llevado de golpe a Nochevieja. A ese día en que cambiamos de calendario más conscientes que otros meses y reparamos más en los fallos cometidos y las decisiones postergadas. Es raro porque estos días no hace frío, ni hay abetos, ni críos en la calle y se pide salud por todo aguinaldo, pero en lo demás, es parecido: planeamos comidas, besos y brindis con los que no celebraremos el Año Nuevo, sino estar vivos, da igual el mes, y poder hacer lo mismo que se hace en los funerales, abrazarnos a la vida y a los que quedan.

T: El año que viene la suerte nos tratará bien a los dos y a todos y empezará una vida feliz. ¿No es verdad?

V: Espero que sí.

T: Entonces, deme usted el almanaque más bonito que tenga.

El vendedor escoge uno con un barco enorme de tres mástiles surcando las olas, en movimiento, y al entregárselo al cliente, el tiempo corre a la velocidad de siempre: la gente grita y se empuja, se enciende el cartel del cine y repican las campanas, que se crearon para festejar bodas o doblar a muerto, también para ahuyentar las plagas y las tormentas. "La vida bella no es la conocida, es la que aún no se conoce. No es la vida pasada, sino la futura", le dice el transeúnte al hombre de los almanaques, que asiente de nuevo, alegre, como si solo creyendo en ello pudiera brotarle un diente.