CORONAVIRUS Y POLÍTICA

La prueba

coronavirus

coronavirus / periodico

José Luis Sastre

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Hemos visto todos muchas series y llegamos a pensar la política como la unión de un grupo de gurús que juegan con las encuestas y fabrican los problemas en sus laboratorios de demoscopia. Luego viene la realidad sin que la esperen y presenta a nuestros líderes pruebas como la del coronavirus, que les recuerda que esto también iba de gestionar lo imprevisible; de gestionar, al cabo. Y ahora ven de otra manera aquello que les inquietaba hace tanto: la semana pasada. Situemos en qué punto estábamos, porque parecía que algo estaba por romperse. 

Tras la arcadia inicial, el Gobierno de coalición tropezó con el ruido antes de sus primeros cien días -acusación de machismo mediante- a causa de la ley de libertad sexual o de la comisión de investigación del rey emérito. Batallas prematuras, con toques de pataleta, en un gabinete al que le dio por desestabilizarse solo. Mejor para la oposición, que podría así dedicarse a sus guerras internas, fueran entre Inés Arrimadas y Francisco Igea, fueran en torno a Cayetana Álvarez de Toledo, feminista amazónica, que dice encarnar una lucha ideológica y a lo mejor va ser que se trata de una lucha por lo de siempre, que es el poder. Ocurre en su caso y en el de los demás, dados a vestir como batalla por las ideas algo mucho más terrenal. 

En Vox hubo también un amago de debate interno, pero Santiago Abascal lo zanjó dándose más competencias, que nunca se tienen bastantes, e impidiendo la entrada a los que llaman críticos en su asamblea de Vistalegre. Eso dejó a Ortega Smith la vía expedita para que repartiera saludos y abrazos: siempre hay que sospechar de las muestras de afecto dentro de un mismo partido. 

En eso estábamos, en fin, entregados a la guerra interna desde los más españoles a los más independentistas, apegados sin distinción a la calculadora electoral, cuando el coronavirus les obligó a cambiar de pista y a ponerse con la política y la gestión. Les pareció interesar al principio hasta que -la tentación fue irresistible- algunos descubrieron que también con el virus se podían arañar unos pocos votos. Y ahí están, en plena batalla epidemiológica, a pelo y sin mascarilla, dispuestos a darle a la nueva crisis el barniz que suelen darle a las demás, capaces de discutir sobre la gestión técnica con argumentos no ya políticos, sino de partido. 

El caso es que, acostumbrados al politiqueo interno de cada día, esta resultará una prueba para el ciudadano. Digo ciudadano, no votante, y esa diferencia es la que quizá lo explique todo: la manera en que nos traten retratará la altura política de cada uno. Luego, cuando todo pase, volverán a dejarse caer en las peleas que han tenido que poner en pausa. Ideológicas, dirán que son. Pero si de aquí no sale al menos la disposición para ponerse de acuerdo resultarán aún menos creíbles en el momento en que se pongan las cosas en su sitio y nos hablen de nuevo de la mesa de negociación, la ley educativa, los acuerdos de Estado o el pacto de Toledo. De la política, vaya, a la que en algún momento confundieron con la crispación.