El precio de la desigualdad

Dejar de sobrevivir para empezar a vivir

Necesidades básicas imposibles de afrontar que se transforman en sueños y deseos. Esta es la verdad de quienes, a pesar de méritos y esfuerzos, han sido afectados por una desigualdad que permanece

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Ana Bernal Triviño

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He estado unos días soñando con flores. Ramos enormes de flores blancas. Las veo y las regalo a unas personas concretas, a quienes estuvieron cuando todo estaba torcido y yo casi no era yo. 

No hay día sin un mensaje privado en mis redes sociales donde alguien me comente que sigue sin salir de la mala racha, desde cuestiones graves a otras quizá menores pero importantes, porque suman. Recibo confesiones y decepciones de libros sin comprar, de películas sin ver, de regalos de Reyes Magos sin entregar, de viajes sin hacer, de la verdura o el pescado que no se pueden permitir, del médico privado que no puede pagar pero que necesita porque no le deriva la doctora de cabecera, del abrigo remendado para no comprarse otro, de las mantas amontonadas porque la calefacción es un lujo, de las excusas inventadas a tu hijo cuando pregunta por qué su amigo sí lo tiene y él no, de ese curso que dice garantizar un puesto de trabajo pero que no te puedes permitir, del temor a volver al comedor social o a las ayudas de Cáritas, de la peluca tras la caída del pelo por la quimio que solo puedes mirar en el escaparate, de la cama articulada que no puedes tener pero que te aliviaría de los dolores de espalda tras cada día levantar a tu padre enfermo… Necesidades básicas imposibles de afrontar que se terminan transformando en sueños y deseos agolpados. Son esos obstáculos que minan el ánimo pero a los que nos acostumbramos con el alivio de que, al menos, estamos aquí. Esta es la realidad que existe pero que apenas se ve. Esta es la verdad de quienes, a pesar de méritos y esfuerzos, han sido afectados por una desigualdad que permanece.

Mantener la esperanza

Estos días de formación de Gobierno me han escrito muchas de esas personas para decirme que mantienen una esperanza de que su situación cambie en meses. Estos días se ha hablado de cientos de temas por resolver, pero hay uno urgente sobre la mesa. El hecho de dejar de sobrevivir para empezar a vivir. Es el punto de partida para que cada persona se sienta como tal para retomar su dignidad y autoestima, y para que (como decía aquella frase) no todo sea tener el pan sino también tener las rosas. Porque, de no alcanzarlo, la vida se convierte en una sucesión de jornadas sin ilusión. No hay nada peor que una vida donde tienes la sensación de solo dejarte llevar.

Así que estos días, en los que he soñado con flores, confieso que busqué el significado del sueño. Y en varias páginas decían que se debe a un momento profesional y personal especial. Y yo, que no creo en estas cosas, me quedé ojiplática porque dio en la diana. Ahora me muevo entre dos escenarios. En la pregunta de por qué yo he tenido ahora esta suerte y otros no y en la determinación de que, antes de que acabe la buena racha (que lo mismo mañana puede terminar), tengo que vivir intensamente. Y eso no significa viajar a una isla desierta a la otra esquina del mundo en un yate de lujo. Significa que disfruto con cuestiones que pueden parecer una estupidez, pero que cuando sientes recuperarlas se te hace un nudo en la garganta de felicidad.

Pequeñas cosas que van encajando

Son esas pequeñas cosas que van encajando. Regalar un viaje de fin de semana a Suiza a mis padres para volver al país donde emigraron. Salir orgullosa tras ver 'Joker' porque me he comprado mi propia entrada en el cine, cuando tiempo atrás mis hermanas y yo alucinábamos porque en el supermercado nos regalaron entradas para ver 'Notting Hill'. Cosas como comprar unas flores porque me apetece, unos dulces en Palencia porque ya no llevo el dinero justo, coger con mamá un taxi para el hospital porque ella no tiene fuerza en las piernas para subir el escalón del autobús, asumir un gasto extra o un capricho pequeño sin necesidad de kilos de culpa.

Mucha gente necesita un cambio. Vivir para dejar de sobrevivir y poder cerrar las cuentas pendientes de promesas y deseos normales. El momento de conseguir los "y si" y los "si hubiera hecho" del pasado. Eso no quita que siga teniendo a ratos rabia porque miro atrás y veo tantos años derramados como por un coladero, sin opción a recuperarlos, que me rebelo… pero queda la alternativa de salvarlos viviendo el presente. Que desde hace un tiempo mi vida encaje no significa que me olvide de dónde vengo y cómo. Y me esfuerzo, precisamente, para no olvidarlo. No olvidar esa vida parada que ahora se va poniendo en marcha. Y ojalá en unos meses muchas personas pudiesen sentir cómo va cayendo el peso de la mochila, cómo se relaja la angustia, cómo se alejan las pesadillas, cómo cambian los sueños y cómo... algunos se cumplen.