ANÁLISIS
Instalados en la mediocridad
El equipo necesita amplias mejoras y las dudas sobre Valverde crecen tras cada decepción
Albert Guasch
Periodista
Albert Guasch
En momentos de duda, el barcelonismo tiene el derecho a elucubrar –fantasía salvaje mediante– sobre cómo actuaría Pep Guardiola si se le entregara este equipo en estos momentos. Por algo es la referencia suprema de los mejores años. Se lo preguntó recientemente Ricard Torquemada, que tuvo la ocasión de entrevistarle, y fue el técnico del City todo lo elegante que cabía con su amigo Ernesto Valverde. «Yo si estuviera en el Barça probablemente jugaría como están jugando y defendería también como lo están haciendo». A lo mejor fue honesto en cuanto a la numerología (4-3-3, 4-4-2...), pero a uno le cuesta imaginar que con él se vieran los problemas futbolísticos que de forma persistente muestra el conjunto azulgrana.
No es una cuestión de nostalgia. Solo un inocente entretenimiento plasmado aquí. Y la impresión de que las cosas se pueden hacer mejor con esta plantilla, pese a los evidentes desequilibrios no resueltos en este pasado verano de obsesión neymarista.
Se le detectan al equipo carencias terribles en su estructura, en su dinámica de juego y en su convicción. No pondremos en duda la motivación. Pero en cada partido no para de recular, ya da igual si actúa en el Camp Nou o a domicilio. Se ha instalado en el cemento de la mediocridad y ha perdido toda la autoridad sobre el césped, da igual si delante está el Liverpool, el Levante o el Slavia de Praga.
Miedo a la decadencia
Ayer el Barça pudo marcar varios goles –el portero de los checos estuvo inspirado–, pero a la vez, durante buenos ratos, se temió lo peor, y se especuló con la catástrofe si en lugar del modesto Slavia hubiera venido al Estadi un equipo con mejores futbolistas. El miedo a la decadencia ha calado en los huesos barcelonistas como un frío pirenaico. Hubo incluso un amago de abucheo tras el partido. Y empieza a dar la sensación de que estamos a un tropiezo de abrirse una crisis de aquellas que obligan a mirar inquisitivamente al palco. De la zona noble solo emana el silencio, parapetado probablemente al resultadismo del liderato coyuntural en la Liga y en la fase de grupos de la Champions.
Pero el juego habla a voces, es ruido molesto, tras tantos partidos deprimentes por parte de un equipo que apenas se le ha visto compacto esta temporada. Ni siquiera ayer fue capaz de romper una línea tan adelantada del Slavia y que parecía un regalo goloso para los interiores o los laterales.
Casi ningún jugador muestra la mejor version de sí mismo. Por citar a los más caros, Dembélé no acabó de ganarse el puesto como le pidió el técnico y Griezmann, ni en un ecosistema más favorable sin Suárez, sigue sin conquistar a sus escépticos. Se salva De Jong, al que, qué gracia, le convencieron de fichar por el Barça con el argumento de que jugaría como en el Ajax.
El equipo necesita amplias mejoras y las dudas sobre Valverde crecen con cada decepción. ¿Cala lo que desea transmitir? No lo parece. ¿Y a la directiva le gusta lo que ve?
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