LA CLAVE
La conspiración de Barcelona (2)
Los guionistas del episodio del asesinato de Lady Di pueden palidecer de envidia ante la febril creatividad 'conspiranoica' de la barra independentista más alocada
Luis Mauri
Director adjunto
LUIS MAURI
El último día lo dejamos en que Elvis sigue vivo, Armstrong y Aldrin nunca pisaron la Luna y la Tierra es más plana que una tabla de planchar. El catálogo universal de la conspiranoia es amplio y chisposo, pero últimamente parecía un tanto avejentado, anclado a nombres propios y efemérides del fecundo siglo XX.
Había que hacer algo, y rápido, para poner al día la biblia de la teoría de la conspiración. Ahora ya pueden reírse ustedes de la simpleza argumental del complot para asesinar a Lady Di. Los guionistas de aquel episodio pueden palidecer de envidia ante la pulsión creativa de la barra independentista más alocada.
El relato, que admite numerosas variantes personalizadas, podría ser este: la Guardia Civil, el CNI o una unidad especial de la Armada, o los tres conjurados, urden una operación para desacreditar a la Generalitat independentista. Sustraen de un almacén secreto o de un museo militar apolillado una bomba de aviación fabricada en Barcelona en 1936 y la someten a un veloz proceso de aherrumbrado para simular que lleva 80 años en el fondo del mar. Una noche sin luna de agosto un comando subacuático deposita el proyectil proyectil sobre el lecho marino de la Barceloneta, a 25 metros de la orilla y tres de profundidad. Unos días después, un guardia civil que bucea en la zona simula descubrir la bomba. Las autoridades cierran el tramo de playa y el día siguiente especialistas de la Armada llegan a Barcelona para dirigir la detonación del artefacto.
Fin, y moraleja: el Estado y sus cloacas no descansan en la misión de subrayar la incompetencia de la Generalitat y el papel de la milicia y las policías españolas en Catalunya.
Carencia evolutiva
La cultura científica relaciona la propensión a creer en teorías sin fundamento ni pruebas con una carencia evolutiva de los humanos. Pero en el magma independentista hay más: ¿cómo no creer en la delirante pero al cabo inane historia de la bomba si el presidente de la Generalitat, Quim Torra, y el hombre que le dicta el camino desde Waterloo, Carles Puigdemont, dan pábulo a la idea de que el Estado toleró, facilitó, propició o preparó la masacre terrorista del 17-A? El conflicto catalán no solo está dejando una sociedad malhumorada, frustrada y fracturada, también inquietantemente paranoica.
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