Crítica de concierto

‘La Cenicienta’ pop triunfa en el Liceu

Imágenes de la ópera  ‘La Cenerentola’ de Rossini

Imágenes de la ópera ‘La Cenerentola’ de Rossini / A. BOFILL

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

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Después de esa 'Cenerentola' ('Cenicienta') soñada por Joan Font de Comediants para el Liceu en 2008, regresó al Gran Teatre esta 'rara avis' de Rossini –cuyas funciones se ofrecen en memoria de la contralto Ewa Podlés– esta vez también de la mano de una figura del teatro de texto que hace años que coquetea con la ópera, la actriz y directora italiana Emma Dante. Muy conocida en su país, su propuesta estrenada en Roma en 2016, es un espectáculo original, divertido y que no deja de tocar temas delicados; la 'regista' de Palermo sabe profundizar en una obra con apariencia de cuento de hadas, pero cargada de claroscuros.

Calificada de 'ópera bufa', sí que lo es, pero no tanto, porque el personaje central posee elementos trágicos; Dante la rodea de mimos de frenética actividad y apariencia de muñecos a cuerda (poseen una llave de autómatas), detalle que calza con la a ratos vertiginosa partitura rossiniana, pero que también habla de manipulación y control, de una sociedad en la que la libertad es reconducida por según qué intereses.

Si bien la opción que suma efectivos en escena a ratos funciona, también es cierto que más bien sobra en los momentos en los que Rossini abraza su inconfundible lirismo, como en la tormenta (aquí cargada de violencia), en la triste aria de Angelina o en el final, cuando la chica ha cumplido su sueño y, mostrando su alma transparente, perdona a su padrastro y a sus crueles hermanastras por el maltrato constante al que ha estado sometida. En esta producción ese perdón se transforma en un castigo cargado de una venganza que no es propia del personaje. Incluso se insinúa que su triunfo en el corazón del príncipe implica la muerte de sus competidoras, que se amenazan con armas...

Las ideas de Emma Dante se ven apuntaladas con ingenio y soluciones teñidas de estética pop, sobre todo en el arriesgado vestuario de Vanessa Sannino, pero también ayudan la práctica escenografía (muy simple) de Carmine Maringola, la fundamental coreografía –más que movimiento escénico– de Manuela Lo Sicco y la eficaz iluminación de Cristian Zucaro.

Uno de los factores clave del triunfo de la propuesta fue la ágil y empática dirección del maestro Giacomo Sagripanti, que ayudó a los solistas a enfilarse con comodidad en la endiablada y expuesta partitura, consiguiendo escenas perfectamente ensambladas. La total complicidad del director italiano con la Simfònica liceísta contrastó por momentos con un Cor Madrigal (que dirige Pere Lluís Biosca) algo nervioso en momentos clave, aunque se conformó un equipo bien avenido.

La mezzo rusa Maria Kataeva encarnó a una Angelina melancólica que brilló con una voz ágil y de hermoso esmalte, aunque algo limitada de proyección, a lo que unió un fraseo adecuado que no escatimó en pirotecnia, todo coronado en un rondó final espectacular. El Príncipe Ramiro de Javier Camarena, de fraseo algo tosco, conquistó más por su simpatía latina y sobreagudos, marcándose un aria fantástica, mientras que el sonoro Alidoro de Erwin Schrott demostraba que el repertorio bufo no es propio del cantante uruguayo, incluso en un papel breve como este que solo se luce en una única aria.

El Dandini de Florian Sempey se mostró más simpático que irónico y cantó con dificultades en la coloratura, pero con una voz timbrada y bien proyectada, al contrario que Paolo Bordogna como Don Magnifico, ya que el italiano, de instrumento mínimo, sí que es conocedor de todos los secretos de los bufos, y supo llegar al público. Muy bien en sus papeles, pero vocalmente desiguales, las hermanastras de Isabella Gaudí (Clorinda) y Marina Pinchuk (Tisbe).

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