'Trainspotting', entonces, ahora y siempre

Una imagen de la película 'Trainspotting' de 1996.

Una imagen de la película 'Trainspotting' de 1996. / periodico

Mónica Vázquez

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Seamos sinceros: en los 90 nadie pensaba mucho en Escocia, hasta que llegó ‘Trainspotting’. Era 1996 y, en cosa de hora y media, Edimburgo se convirtió en el espejo en el que mundo entero se peleó con su reflejo.

Noventa minutos y estábamos allí, arrastrando un vacío existencial que te muerde los tobillos, perdiéndonos entre un vibrante manojo de calles que gritan al mundo con una sola voz, rota y oliendo a alcohol, desgarrando el aire con furia y un chiste a medio contar escondido entre los pliegues de un puño cerrado siempre dispuesto a pelear. Eso es Edimburgo. Eso es ‘Trainspotting’. Eso es lo que fuimos cuando vimos esta película en 1996 y seguimos siendo. Somos la generación que se abrazó fuerte a la nada en los 90 y se dejó caer. Es 2019, y seguimos cayendo.

No importa cuándo veamos ‘Trainspotting’, siempre será pertinente y mordazmente fiel a la realidad. Hay quien tiene la voz de Ewan McGregor y su acento escocés grabada a fuego en el alma. Y, tallado en la memoria, ese monólogo introductorio que parece desnudarte como un amante que nunca quiso conocerte, con una pasión indefinida y una brutal indiferencia. Y tú respondes, abres la puerta y te haces a un lado; invitas a una copa a la oscuridad.

Revisitas el clásico una y otra vez. Clavas la mirada en la pantalla y te asustas al reconocer tus silencios en las palabras de otro. Te remueves en el asiento, incómodo y fascinado, despertando quizá. Renton, el protagonista, no te está hablando a ti. Renton no existe. Pero hay más sinceridad en el miedo que te inspiran sus palabras que en el espejismo de seguridad que has construido a tu alrededor. Y te sorprendes repitiendo cada palabra sin respirar para no perderte nada, hilvanando un corazón que siempre estuvo un poco roto.

Renton, Sick Boy, Spud, Begbie…, personajes de una película que nos obligó a enfrentar una realidad esquiva y paralizante, los Beatles oscuros que, decisión a decisión, escriben la canción más terrorífica y sublime de todas: la puñetera vida. Y con todo, sólo nos queda una cosa… aprender a bailar la maldita canción.

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