La sesión de investidura

Quien lidere el 'no-bloqueo' ganará

Bloquear la demanda democrática de Catalunya hará inviable el propio sistema español de libertades

Pedro Sánchez, en la primera sesión del debate de investidura

Pedro Sánchez, en la primera sesión del debate de investidura / periodico

Joan Tardà

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Doy fe de ejercicio de no bloqueo cuando fui citado por el diputado Ábalos en un hotel de Madrid a fin de comunicarnos que presentarían la moción de censura. A la pregunta de qué pensábamos hacer, la respuesta inmediata fue decir que votar a favor. Echar el partido político con más casos de corrupción de Europa exigía no pensarlo ni un segundo. El PSOE, finalmente, medio avergonzado, había decidido desbloquear el escenario que había permitido que el PP permaneciera en el poder.

Doy fe de la esperanza que se vislumbraba cuando los Gobiernos catalán y español a finales de 2018 se reunieron en el palacio de Pedralbes y todo hacía pensar que se empezaba a cultivar una cultura de desbloqueo del conflicto. Vale la pena recordar que el texto acordado constataba que ambos Gobiernos coincidían en aceptar «la existencia de un conflicto sobre el futuro de Catalunya» y que «pese a que mantienen diferencias notables sobre el origen, naturaleza o las vías de resolución, compartían, por encima de todo, la apuesta por un diálogo efectivo que vehicule una propuesta política que cuente con un amplio apoyo en la sociedad catalana».

Una mesa de diálogo

El delgado hilo de Pedralbes, que tenía que poner en marcha una mesa de diálogo, se rompió en febrero por el bloqueo a la vicepresidenta Carmen Calvo cuando anunció la presencia de un «relator» que hiciera de fedatario del diálogo. La causa: la contestación de la derecha españolista, pero sobre todo la del propio PSOE. Alfonso Guerra abrió fuego: «Los que han negociado esto del relator... ¿Con qué país equiparan a España? ¿Con Yemen del Sur?». Y Felipe González manifestó: «No necesitamos relatores. Esta es una figura de NNUU ». De igual manera, actuaron presidentes de CCAA socialistas en el marco de una revuelta interna dentro del Grupo Socialista del Congreso encabezada por la diputada Soraya Rodríguez.

Con todo, en el último debate con el presidente Sánchez le hablamos de forma clara. De hecho, podría reproducir casi textualmente las palabras que empleé desde el atril: «Usted ha decidido irresponsablemente ir al casino a jugarse la mayoría de la moción de censura existente. De acuerdo, pero que quede claro, si las elecciones le son favorables y también lo son para nosotros... al día siguiente estaremos donde estamos ahora: en la necesidad imperiosa de desbloquear el conflicto y labrar el camino del diálogo y de la negociación».

Desgraciadamente, la actual legislatura se ha constituido bajo el signo de la anomalía en la medida en que cuatro diputados (Junqueras, Sànchez, Rull y Turull), fueron tratados como delincuentes, despreciando a millones de catalanes que les habían votado. Ciertamente, a pesar de la tradición republicana y antifranquista del PSOE, se ha hecho evidente cómo está de cloroformizada su conciencia democrática por el sedante de «la razón de Estado». Y por el accidentalismo (¡frivolidad!) de Pedro Sánchez, también. Una persona que puede afirmarle a Jordi Évole que «España es una nación de naciones, que Catalunya es una nación dentro de otra nación que es España y que de ello se debe hablar y se ha reconocer», pero que ha obviado en el discurso de investidura. Que el 1-O escribió en un tuit: «Hoy es un día triste para nuestra democracia, no nos gusta lo que estamos viendo ni lo que el mundo está viendo», pero que al día siguiente del mensaje de Felipe VI hizo retirar la moción de reprobación a la vicepresidenta Saénz de Santamaría que había registrado en el Congreso la actual ministra de Defensa, Margarita Robles.

El ejemplo de la cuestión irlandesa

Un escenario complejo y repleto de contradicciones, cierto. Por ello, hay que aprender de la historia y comprobar cómo incluso conflictos mucho más agudos se han resuelto cuando se han superado los bloqueos previos. Prueba de ello es cómo, por ejemplo, Margaret Thatcher y John Major fueron incapaces de resolver la cuestión irlandesa parapetados en la intransigencia de «el Reino Unido no negocia con terroristas», pero cuando el laborista Tony Blair ganó las elecciones fue posible un escenario de negociaciones con todas las partes implicadas y en 1998 llegaron los Acuerdos de Viernes Santo.

En conclusión, ojalá tenga éxito un desbloqueo suficiente de la relación política PSOE-Podemos para que conformen un Gobierno que, más pronto que tarde, deberá contribuir también a diseñar un marco de negociación en la medida en que bloquear la demanda democrática de Catalunya hará inviable el propio sistema español de libertades, por lo que el independentismo no debería desaprovechar la oportunidad.

Convencido a la vez (lección aprendida de Nelson Mandela) de que la sociedad catalana acabará premiando a las fuerzas políticas que, pese a los agravios, la fractura emocional y la represión, lideren el no bloqueo.