ANÁLISIS

En busca de la 'finezza'

Se acabó un reparto de cromos previsible y a partir de ahora entra en juego la política de pactos

Manfred Weber llega a la cumbre informal de Bruselas, este martes.

Manfred Weber llega a la cumbre informal de Bruselas, este martes. / periodico

Albert Garrido

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Los cambios en el mosaico del Parlamento Europeo han dejado sin efecto el entendimiento poco menos que automático entre democristianos y socialdemócratas después de cada elección. Al perder la mayoría absoluta la suma de ambas familias, el candidato del Partido Popular Europeo (PPE), Manfred Weber, no puede apelar a su condición de aspirante del partido más numeroso de la Cámara –necesita más de un aliado– y, al mismo tiempo, otros tres grupos –socialdemócratas, liberales y verdes–, quizá con el acompañamiento de las nuevas izquierdas, pueden esgrimir razones de peso para influir en la designación de quien debe suceder a Jean-Claude Juncker.

Se acabó un reparto de cromos previsible y a partir de ahora entra en juego la política de pactos, el sistema de contrapesos que obliga a tener en cuenta la mutación en el ADN europeo que trajo el escrutinio del domingo. Algunos datos a considerar de forma ineludible son los siguientes:

1. El PPE y la socialdemocracia europea se mantienen en cabeza, pero han sufrido una estimable sangría de votos, luego algún puesto relevante no será para ellos.

2. El PSOE es el partido que aporta más diputados al bloque socialdemócrata, esto es, le toca algún encargo de importancia.

3. Los liberales han mejorado su representación y tienen buenas razones para pensar que Margrethe Vestager es una baza sólida para aspirar a la presidencia de la Comisión.

4. Los verdes, con una presencia mejorada en el Europarlamento, pueden ser decisivos para inclinar la balanza del lado de los candidatos socialdemócrata (Frans Timmermans) o liberal.

La declaración del Parlamento saliente, que apoya que el próximo presidente de la Comisión sea uno de los 'spitzenkandidat' (el aspirantes de cada grupo que concurrió a las elecciones), sin pronunciarse a favor de ninguno de ellos, ilustra la complejidad del momento. Y deja en el aire la posibilidad de que alguien que no tiene la condición de tal se haga con el puesto como resultado de un pacto entre los estados y de una aritmética parlamentaria dislocada por la fragmentación del voto, el aumento de volumen del griterío ultra y la necesidad de acabar cuanto antes con la sensación de interinidad. Porque no solo está Europa pendiente de elegir un nuevo presidente de la Comisión, debe nombrar también los presidentes del Parlamento, del Consejo y del Banco Central Europeo, y el alto representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad para completar una renovación total del entramado institucional.

¿Es la hora de un tapado que acaso no lo sea tanto? ¿Puede Alemania aspirar a presidir la Comisión y el Banco Central sin grave quebranto del reparto de poderes? ¿Hasta qué punto el desafío ultra obliga a perseverar en la cooperación entre las fuerzas europeístas para neutralizar el discurso eurófobo? Diríase que, más que nunca, la 'finezza' es una cualidad indispensable para que por enésima vez no cunda la impresión de que los compromisos entre socios europeos obedecen a una concepción de la política peligrosamente alejada de los ciudadanos.